La actividad política si algo tiene de característico es el de forzar al diálogo como argumento de sostenibilidad no solo del gobierno si no de la propia democracia. No hay sistema político por más retóricamente perfecto que parezca que permita que los logros circunstanciales se transformen en modelos de conducta ciudadana si no es por el camino primero del diálogo y luego como consecuencia: el consenso, que es su fase más elevada. No vemos que eso sea fácilmente posible en un ambiente de crispación y de insulto que ha caracterizado a la etapa de la demolición del “antiguo orden” que se práctica por varios gobiernos de la región. Primero, son las amenazas y luego la acción de zapa que pretende demostrar quien tiene el poder que no siempre significa: quien tiene la razón. No hay diálogo posible entre los desplantes altaneros y la soberbia triunfalista que domina muchas veces la acción de ciertos gobiernos surgidos en los últimos tiempos.
Si queremos que el dinero proveniente de los buenos precios de las materias primas por el crecimiento de China y de otros centros de consumo, se transformen en razones de sostenibilidad del desarrollo primero hay que construir instituciones sólidas y luego un sistema de valores donde el respeto, la confianza y el trabajo con el otro sean parte cotidiana de la construcción de una perspectiva global de gobernabilidad. Lord Canning el famoso y reputado ministro de relaciones exteriores del Reino Unido decía que “Inglaterra no tiene enemigos comunes sino comunes intereses”. Lo que importa es lo que hacen para superar las cuestiones personales, los resentimientos y odios y, sobre todo: la inteligencia emocional, que nos priva de oportunidades de construcción de imaginarios racionales que se impongan sobre la pobreza, la desigualdad y la miseria.
Hay mucho por hacer en nuestra América Latina hoy convertida en referencia económica de un mundo cuyos paradigmas europeos y norteamericanos están puestos en entredicho. Lo lamentable sería que habiendo pasado una época floreciente se concluya que seguimos tan pobres e inequitativos en la distribución de la riqueza como antes de los buenos precios de nuestros productos. No nos perdonaran que hayamos desperdiciado esta gran oportunidad de construcción de consensos canjeándolos por insultos, agravios y amenazas. Toda una generación de latinoamericanos habrá sufrido sus consecuencias y se habrá privado de un tiempo largo de desarrollo y de consolidación institucional.
Los que han ganado elecciones tienen mandatos claros: construir consensos duraderos basados en respeto y tolerancia. En consolidar instituciones, no como estructuras vacías de contenido si no como referencias sólidas de una democracia que crece pero que fundamentalmente prospera en el respeto al otro.