El Consejo de Seguridad, una puerta al mundo

En octubre, la Asamblea General debería aprobar la incorporación de Chile, por dos años, a la más alta instancia de ONU, el Consejo de Seguridad. Los votos están asegurados, ya que el Grupo de América Latina y el Caribe dio su respaldo unánime a la postulación chilena hace unos meses, objetivo en pos del cual la Cancillería venía trabajando desde 2008. Participar como miembro no permanente de este Consejo conlleva no pocas responsabilidades. Su labor principal es la mantención de la paz y la seguridad internacional, para lo cual cuenta con instrumentos que le permiten adoptar resoluciones vinculantes para los países de ONU. Chile ya lo ha experimentado en cuatro oportunidades. La última (2002-2003) le significó tensiones al gobierno del entonces presidente Lagos, quien debió tomar una difícil decisión: apoyar o no a EE.UU. en la resolución (luego retirada) que autorizaba el uso de la fuerza en Iraq. En plena negociación del TLC, era inoportuno cualquier roce con Washington.

Hay quienes consideran una pérdida de tiempo y recursos bregar por estar entre las cinco grandes potencias con poder de veto y los 10 miembros (sin veto) que permanecen por dos años. No pocos diagnostican una pérdida de peso e importancia de este Consejo, otrora instancia de confrontaciones y decisiones que efectivamente incidían en el curso de los acontecimientos mundiales, y para representarlos en la cual las potencias y superpotencias designaban a sus mejores cartas diplomáticas. Hoy, ese cuadro aparece sustancialmente más opaco, y determinantes situaciones se desenvuelven un tanto (o del todo) al margen del Consejo. Si en 1982 este podía ser tan incidente para las partes como lo fue con ocasión de la guerra de las Malvinas, o en el citado caso de Iraq, hoy, por ejemplo, su actuación en la terrible crisis siria no parece tener alcances decisivos, ni tampoco incide en el programa nuclear del régimen de los ayatolás, pese a que este amenaza explícitamente a otro Estado miembro -Israel- con "borrarlo de la faz de la tierra", ni en los tanteos prebélicos de Norcorea.

Los críticos atribuyen este empalidecimiento del Consejo a que su composición, propia de la segunda posguerra mundial, ya no refleja la realidad contemporánea. Los actuales cinco miembros permanentes -EE.UU., Rusia, China, Gran Bretaña y Francia- tienen membrecía comprensible, pero la exclusión de Alemania, Japón, India, Brasil no resulta ya realista, y la necesidad de una reforma de este órgano es evidentemente indispensable.

Con todo, incluso con su estructura actual, si se hace con profesionalismo y mirada de largo plazo, estar en el Consejo aumenta el prestigio del país y le da una presencia mundial. Para Chile ha sido importante el tratamiento del caso de Haití, y también otros de mayor alcance geopolítico, como los del Medio Oriente -Israel y Palestina, Siria, Egipto, Iraq, Libia-. Una buena labor en él, en constantes diálogos con los países latinoamericanos, así como con algunos europeos y asiáticos que no estén representados, es una buena oportunidad de despliegue de las capacidades diplomáticas chilenas, en beneficio de nuestra política exterior. Y en palabras del canciller Moreno, en ese Consejo Chile "quiere contribuir a buscar respuestas realistas a los desafíos de la comprensiva y multidimensional agenda de la paz y seguridad internacionales desde nuestra perspectiva nacional y regional, tal como lo hicimos cuando asumimos esta responsabilidad en el pasado".

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