La virulenta construcción del denominado “socialismo del siglo XXI” puede acabar con el mismo ritmo como se abatió sobre una parte importante de América Latina: violenta y agresivamente. Los espacios del disenso fueron anulados por una abierta y desembozada acción gubernamental que no solo acabó con la oposición sino además se mofó primero para terminar colocando en prisiones a todo aquel que osara criticarlos después.
Creían que se podría guardar las formas democráticas o el ritual sin proteger los valores que hacen que la democracia sea un sistema político donde la confrontación civilizada tiene en sus instituciones los estadios de resolución de los conflictos. Muchos de estos gobiernos han decidido acabar de manera tímida al principio para culminar con una violencia que se ha cobrado varias vidas y miles de heridos.
Cuando se recuerde este proceso en América Latina algunos buscarán justificarlo como reacción a un modelo neoliberal imperante al que se constrastó lamentablemente con otro de similares características. Desde una mirada diferente pero con la misma acción totalitaria de la anterior.
Debemos buscar los caminos intermedios que nos lleven a la reconciliación y a no tener que perder un tiempo valioso donde, como nunca tuvimos la oportunidad de construir un modelo genuino de independencia basado en unos precios records de materias primas en mercados emergentes. No fuimos capaces desde los gobiernos de huir de los lugares comunes, de los fantasmas “opresivos” de antaño para volver al mismo sitio de donde habían partido los que hicieron de la confrontación una forma de gobierno. Si ese es el final de esta crónica política sus efectos se prolongarán en el tiempo y sus artífices se habrán sumado a los que han decepcionado a sus pueblos en nombre de ellos.
El anhelo de reconciliación no parece fácil porque las alternativas, los escenarios ni el lenguaje le son favorables. Se ha instalado una base de poder sobre el sometimiento al otro sin espacios para el diálogo y menos aún el consenso. Los que controlan el poder no parecen querer abandonarlo por un mecanismo que no sea el de la fuerza y en donde el monopolio de las armas pretende imponer una lógica de sumisión sobre el otro a quien no le queda otra opción que levantarse sobre el opresor. El final de todo es uno de los intentos donde las buenas intenciones iniciales acabaron llevando al infierno a un subcontinente.
Todo buen gobernante debería conocer sus límites y no forzarlos a que se lo recuerde por la vía de la confrontación a la que parece tan afín. El espacio de la reconciliación es también el reconocimiento de la finitud humana y es por lo tanto una muestra de buen juicio y no de debilidad como muchos pretenden identificarlo.
Es tiempo de reconciliación y no de confrontación. Este subcontinente ya ha contado demasiados muertos en su aún corta historia.