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Se intimidan. Juegan sucio. Tienen cartas escondidas. Todos son sospechosos. Todos saben demás. Se miran de reojo. Desconfían unos de otros. Se traicionan. Se delatan. Se amenazan. Se espían. Callan. Ocultan algo. Se cobran deudas. Se dan palmadas en la espalda. Posan para la foto. Sonríen entre dientes, de boca para afuera. Se remuerden de las iras, por dentro. No se quieren. Se toleran. Quieren guardar la compostura. Sus miradas los delatan. Algo traman. Huyen. No quieren salir del puesto. Se aferran al poder. Se conocen las costuras. Hablan desde Miami porque son Miami Boys. Hacen alianzas. Se intervienen los teléfonos. Reparten el pastel. Deshacen las alianzas. Rompen los compromisos. Conversan con los contrarios a escondidas. Disimulan. Dicen una cosa y hacen otra. Ese, el retrato de la política. No de la mal llamada partidocracia de antier sino del proyecto de ayer que empieza a lucir decadente hoy.
El proyecto, que nunca se supo en qué consistía, parece ahora traje raído, primero porque hay deuda, hay déficit y ya no hay recursos para vistosas obras; segundo, porque ahora empiezan todos los reclamos de todos los sectores que se sienten afectados por decisiones inconsultas y arbitrarias y luego, porque la vieja izquierda, esa que no ha renovado sus ideas aunque vista ahora traje de burocracia, repite los patrones de su historia: chinos contra cabezones contra mirosos contra sociolistos, juntos en la peña para cantar canciones revolucionarias, pero separados por las ansias de poder, doblegados por sus enormes egos, derrotados por la vanidad y la ambición. Si en la adolescencia no podían ponerse de acuerdo, ahora, las canas como que acentúan las diferencias.
Desteñido luce hoy el panorama: las cabezas de los entes de control embarradas en denuncias; trinos en redes sociales mostrando quien manda aquí; asambleístas más atentos a las redes sociales y a las compras virtuales que a las discusiones del pleno y todo eso, matizado con la incertidumbre de siempre.
El retrato de la política ecuatoriana está compuesto hoy de decadentes funcionarios que se enquistaron en sus puestos mientras sus jefes han encontrado refugio a sus trapacerías en la mismísima tierra del tío Sam al que tanto decían detestar. Pero tampoco dista mucho del retrato de la política ecuatoriana de antier donde unos serruchaban el piso de otros, donde los cambios de camiseta ya no eran sorpresa, donde las deslealtades y las componendas estaban a la orden del día a la hora de repartir la troncha del poder.
En realidad, no ha cambiado mucho el retrato de la política nacional: una clase política dominada por caudillos y populistas que se atribuyen la propiedad del país. Unos gobiernos sostenidos en frágiles alianzas marcadas por oportunismos y camisetazos, divisiones, puñaladas traperas y componendas.