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Mañana cumple el gobierno de Rafael Correa 4 años en el poder. En condiciones normales terminaría su mandato.

Correa gozó desde el primer día de una popularidad que seguramente envidian otros líderes políticos del pasado. Aunque las encuestas discrepan sensiblemente en los datos la popularidad para quien estaría terminando el período es, de todos modos ,alta.

Muchos destacan que Correa sea el primer Presidente desde Sixto Durán Ballén en 1996 en completar su ciclo de Gobierno.

Rafael Correa descubrió pronto sus dotes en la tarima y quizá por eso busque de modo insistente plantear elecciones consecutivas, consultas y referendos populares que le permitan, según sus palabras, legitimar su poder.(¿?)

Ocurrió por primera vez, desde la época de Velasco Ibarra en 1968, que un mismo partido o un mismo Presidente, haya vuelto a ganar una elección. Fue en abril del 2010, con un inmenso aparato propagandístico, publicitario y de medios, que muchos suponen públicos, pero que se pusieron al servicio electoral del Régimen en detrimento de las oportunidades de divulgar sus mensajes de la oposición.

El proyecto de revolución ciudadana propuso una reforma de la Constitución utópica y garantista que no ha terminado de cuajar dos años después de su entrada en vigor y que corrió la suerte de otras Cartas Magnas: ser violentada de modo sistemático. A tal punto que en las propuestas de la nueva Consulta que ahora busca Rafael Correa estarán algunos aspectos que entrañan otra reforma constitucional (o enmienda como prefiere llamarla la nueva etimología constitucionalista que impera).

El modelo político destruyó la vieja arquitectura del equilibrio de poderes y el Estado de derecho clásico, inventó un poder ciudadano que, como ha dicho Alberto Acosta, viejo promotor del “Proyecto Correa”, es el de una revolución ciudadana sin ciudadanos y, yo agregaría, con la ficción de participación tutelada.

Hay ahora un poder concentrado y autoritario que, sin embargo de tener ya dos años, no ha podido renovar la justicia, cambiar las cortes acusadas de vínculos con la “partidocracia”, ni aprobar todas las leyes, puesto que se muestra que la gobernabilidad no es fácil pese a tener mayoría.

La revolución ética parece haber fallado rotundamente y el socialismo del siglo XXI no aparece por ninguna parte. No hay un cambio radical del modelo. Los medios de producción siguen en manos privadas y si se ha profundizado el rol estatal en la economía en una suerte de neo keynesianismo sin probados resultados a la hora de promover la inversión , el crecimiento productivo y la generación de empleo.

Logros, si los hay. Una buena obra pública con los abundantes recursos petroleros, mejoras en la educación, todavía insuficientes y la salud con proyectos pero con graves falencias.

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