Hace unos meses, una persona a la que quiero mucho, sin que viniera a cuento, en medio de un trámite de oficina, me soltó esta pregunta: “¿Y vos, estás con alguien?”. Me quedé quieta uno o dos segundos, creo que parpadeé, y respondí: “Converso con alguien”.
Mi respuesta no era una evasiva; era una manera de decirle que me había encontrado con una persona con quien comentar el mundo. Y comentar el mundo -como aprendí de un amigo entrañable- es fundamental para que una relación sea importante, inolvidable.
Obviamente se puede compartir la vida con alguien con quien no se comente el mundo, incluso uno puede estar enamorado; pero comentar el mundo “mata todo”, como se dice en jerga amorosa adolescente.
En las palabras de mi amigo, comentar el mundo es: “Una manera de permanecer unidos. Protegidos del mundo, pero al mismo tiempo integrados al mundo. Es la única manera de vivir un amor que no sea lánguido y contemplativo; que no se agote en el círculo íntimo de la pareja”. Yo añado que es un privilegio que ocurre de vez en cuando; raro, como todo lo que se atesora. O tal vez solo sea que a mí no me pasa con frecuencia.
Me maravillo además ante las variaciones que ofrece este estado ‘comentativo’. Deben ser infinitos, pero pongo solo tres ejemplos.
Están las mieles de comentar el mundo a dos voces siempre del mismo lado de la vereda, aunque sea desde ubicaciones distintas. Es decir, ver casi lo mismo o algo muy parecido; como cuando dos personas se asoman a dos balcones diferentes de un edificio.
Aunque también habrá quienes lo hagan viéndolo todo desde una sola ventana, con la realidad recortada por un mismo marco, asintiendo con la cabeza cuando el otro dice algo, completándose las frases entre sí; como si fueran un solo organismo. Rarísimo (otra vez: quizá solo no me pasa a mí).
O la modalidad de las veredas opuestas. Eso sí: ambos viendo hacia la misma calle. A veces en pisos distintos o también se puede estar a la misma altura, frente a frente, con perspectivas diferentes. Conversar así, en lados opuestos, es difícil e interesante. Cómo se habla sobre lo que se cree obvio (en política, en economía, en arte…), sin animosidad ni condescendencia, con alguien que a uno le importa mucho. Ese es el reto.
El 99% de las veces esta modalidad es reveladora, sorprendente, enviciante… Porque la conversación se convierte en una especie de máquina dispensadora de preguntas: ¿Qué ve él que yo no alcanzo a ver? ¿Qué preguntas se hace ella que nunca se me han ocurrido? ¿Por qué (él o ella) lo entiende de esa manera?
No sé que les pasó a ustedes en el 2017; a mí, que lo compartí con alguien con quien comenté el mundo (un vicio y un lujo). Y deseo que les ocurra algo parecido en el año que está por comenzar. Entre tanto, brindemos.
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