Combinación explosiva
Hay que coincidir con la crítica que mira a las proclamas nacionalistas en todo lo ancho del orbe como un obstáculo para el progreso de las naciones y sus ciudadanos.
Estas proclamas, en muchos casos, no se convierten solo en un escollo para el desarrollo material de los pueblos sino que levantan muros infranqueables que imposibilitan el entendimiento entre culturas, etnias, vecinos. Además, alimentan las diferencias que aún permanecen latentes esperando la mínima oportunidad para aflorar a la superficie y hacerse presentes provocando retrocesos importantes, cuando una gran mayoría consideraba que esa clase de prejuicios se encontraba superada.
Si esas percepciones estrechas son avivadas por políticos que buscan sacar partida de la natural desconfianza que una sociedad tiene hacia lo diferente, lo desconocido, lo extraño, la confluencia es altamente lesiva. Si las proclamas encienden el fervor nacionalista los acuerdos se entorpecen y de eso se valen populismos de todas las especies para aglutinar sus intereses, anteponiendo falazmente un solo valor ante todo: lo nacional. Este ha sido muchas veces el germen pernicioso que ha encendido conflictos de los que la humanidad debería avergonzarse. Pero lejos de que los mismos hayan desaparecido, de tiempo en tiempo rebrotan poniendo en vilo a los Estados y a comunidades que, en la dialéctica al interior de las sociedades, descubren absortos que las diferencias lucen infranqueables.
En este tipo de fenómenos las disputas por lo doméstico terminan por poner en riesgo a un conglomerado. La política interna, para quienes no alcanzan a ver más allá de sus narices o que los intereses de grupo les hacen adoptar una posición de intransigencia hacia modernas formas de integración, se superpone sobre lo que se buscaba con la construcción de un estamento mayor.
Las conductas díscolas de parte de muchos de los socios de un proyecto conjunto debilitan la confianza en el sistema y hace que los detractores de los procesos de integración y apertura comercial encuentren justificaciones y presionen por el abandono de sus países de esos ensayos de difícil construcción. Parte de eso habrá en el último evento en el que una mayoría de electores británicos se ha decidido porque su país abandone la Unión Europea.
Pero si no existen líderes políticos convencidos de que los problemas que se enfrentan en forma conjunta es más fácil solventarlos de manera integrada que de forma independiente y si esa visión no es transmitida al electorado, los procesos de integración están condenados al fracaso. Recobrarán su capital político en sus países y les servirá para buscar o mantener posiciones de poder, pero las dificultades a enfrentar serán mayúsculas aupadas por los nuevos asuntos a resolver como consecuencia de una decisión poco sopesada. Lo más probable es que este tipo de conductas las seguiremos observando. La reflexión no siempre es parte de la agenda política.