La violencia desatada en Morona Santiago deja en evidencia algunas falencias. Nadie puede justificar la muerte de un hombre, algo que hay que condenar sin paliativos; pero tampoco se puede justificar la violencia institucional ejercida sobre los pueblos que ven cómo su tierra, su agua y su sobrevivencia quedan heridas de muerte.
El tema de fondo no es esta dinámica de acción y reacción que nos lleva a simplificar y a dividir el mundo en buenos y malos, sino la promoción de políticas extractivistas que explotan los recursos naturales, depredando la tierra e ignorando los derechos de sus habitantes.
Lo que está en juego es el modelo de desarrollo que, de hecho, se está promoviendo y lo triste es que la política acaba siempre poniéndose al servicio del poder. Esta política regó los conflictos por toda la región. No podía ser de otra manera, cuando el hombre, la ecología, el desarrollo sostenible, quedan aparcados y lo que prima es el acceso, el control y la explotación de los recursos naturales. ¿Se dan cuenta de que las consecuencias las pagamos todos y, especialmente, nuestros herederos?
El tema no es saber quién pega más fuerte ni contabilizar heridos de uno u otro bando… La violencia es un pozo sin fondo. Más bien desearía destacar tres aspectos comunes y, por otra parte, poco novedosos. Panantza es un escenario más de los muchos que salpican nuestra América Latina.
Lo primero es decir que, en general, los megaproyectos son impuestos y que la participación social y política es bastante formal. A los pueblos indígenas se les ha ido negando la consulta previa, garantizada por nuestra Constitución. Cuando esto se denuncia, todos miran al cielo y silban, como si la cosa no tuviera importancia. Sin embargo, ignorar la consulta previa es éticamente insostenible.
Un segundo desatino es, precisamente, el irrespeto de la legislación. Las propias leyes son burladas de forma sistemática. Yo diría que ante la indiferencia de la mayoría. ¡Al fin y al cabo, la Cordillera del Cóndor queda en otro planeta, muy lejos de nosotros!
Y un tercer desastre es el uso de la violencia. La violencia contradice el espíritu de la ecología como valor. El camino es otro y pasa por la paciencia activa, el análisis de la realidad y la unidad de personas y organizaciones sociales. Por su parte, los gobiernos tendrían que preguntarse qué sentido tiene reprimir las protestas con más violencia. ¿Será esa la solución del problema? ¿Será suficiente con descalificar a todos cuantos cuestionan las políticas oficiales, las violaciones de los derechos humanos o los graves impactos ambientales?
El comunicado de la Conferencia Episcopal, “Invitamos a vivir una Navidad en paz” pidiendo que nos sentemos a dialogar a fin de encontrar caminos de desarrollo humano integral que respeten el medio ambiente y la dignidad de nuestros pueblos, debería de ser escuchado.