Una hoja en blanco. Pensamientos e ideas se arremolinan confusos, emotivos, sin encontrar palabras con las que pueda, ordenadamente, expresarme. Se paralizó el mundo en unos movidos segundos, con ruidos guturales del fondo de la tierra y de la materia, bailando a un ritmo alocado. Luego, el silencio, las miradas preguntando: ¿Dónde fue? Encontrando respuestas, no en los medios nacionales, sino en los internacionales y en los controversiales medios sociales que, sin embargo, son los únicos que libremente, nos mantienen al tanto.
Entonces, nos trasladamos con el corazón hasta nuestros hermanos de Manabí y Esmeraldas, las zonas principal e inimaginablemente afectadas por el terremoto del 16 de abril de 2016.
Desde el segundo en el que supimos dónde había sido, nuestras energías positivas se trasladaron hacia allá, donde a poco, descubriríamos que nada había quedado en pie, que la tragedia humana sería brutal. Nuestra solidaridad de soldados de a pie, simples ciudadanos, se volcó inmediatamente hacia el cómo, cuándo, qué hacer por hombres, mujeres, niños y viejos que habían quedado con el cielo por techo y una tembleque tierra por piso.
Con las primeras imágenes brotaron lágrimas de todo aquel que tiene corazón e increíbles palabras disonantes y dureza por parte de aquellos que solo viven de su vanidad y egocentrismo y, bueno…, quizá, miedo a lo que pronto se les viene. De esas lágrimas, sin importar los riegos de, inclusive, ser descalificados por querer dar su mano en voluntariado, nació una solidaridad que de a poco reconstruye el corazón de un país adolorido ante el embate no solo de la naturaleza, sino por la desnaturalizada ambición de dinero de un gobierno que desaprovecha, rampante, la oportunidad de recrear un país en unidad y cambiar el rumbo de sus graves equivocaciones.
La prepotencia no para ante la sencillez y humildad de un pueblo en ‘shock’, que se quedó con nada más que sus pérdidas, desesperación por sobrevivir y su derecho a gritar por agua, víveres, techo y medicina en el tono que nace de sus entrañas en desconcierto. Y que recibe órdenes y amenazas desde la rabia de los que nunca imaginaron que encima de la baja del petróleo y su propia desorganización y falso aprovechamiento de los fondos de un pueblo, se les vendría encima la naturaleza.
Ecuador demuestra su fuerza, a pesar de un liderazgo que se debilita. Ecuador demuestra su fuerza ante un mandatario que no escucha a sus mandantes. Ecuador demuestra su sencillez ante la vanidad de un círculo de poder. Ecuador, su gente, un solo puño, demuestra lo que es una verdadera revolución, la de la solidaridad, sincera, humana, proveniente de todos los rincones de la Patria. Sin miedo aunque las fuerzas pretendan minimizar a los voluntarios.
Los alcaldes de Quito y Guayaquil demuestran su liderazgo sincerando que las donaciones vienen del pueblo, para ser canalizadas con transparencia hacia los necesitados. ¡Viva la revolución de la solidaridad!