Hace un año, el domingo 5 de enero de 2014, publiqué, en este espacio, una reflexión sobre lo que, en mi opinión, viviría la economía ecuatoriana: una época marcada por medidas de ajuste, si el precio del crudo caía por debajo de los 80 dólares. Esa columna mía produjo una respuesta descomedida –también publicada en esta página– de un funcionario gubernamental que intentó descalificar mi punto de vista con epítetos y no con argumentos.
Pero el tiempo ha confirmado mi apreciación de aquel entonces: aunque con tardanza, el Gobierno ha tomado medidas de ajuste porque el petróleo está nada menos que 40 dólares por debajo del umbral mencionado en mi referida columna.
Se han recortado gastos por 1 400 millones de dólares y se ha dejado sin efecto el alza salarial inicialmente contemplada para los empleados públicos. La mayor parte de los gastos eliminados son de inversión, aunque también se incluyeron gastos corrientes.
Aquellas medidas son duras y necesarias pero también insuficientes. Al parecer, el Gobierno piensa que si compensa con deuda la mayor parte del déficit petrolero evitará una mayor contracción económica. Esa es una apreciación equivocada.
Contraer más deuda sólo aliviará temporalmente la situación externa y fiscal del país. Es que, por un lado, la deuda externa hará que Ecuador deba pagar más intereses y capital a sus acreedores internacionales (empeorando la balanza de pagos); y, por otro, la deuda interna tomará recursos que podrían ser utilizados por el sector privado.
Se dirá que la nueva deuda contraída financiará inversión productiva, lo cual es cierto. El problema, sin embargo, es que la mayor parte del dinero que entrará al país por concepto de esa deuda volverá a salir inmediatamente para pagar a los proveedores externos de maquinaria y equipo, infligiendo, de esta forma, un nuevo castigo a la balanza de pagos ecuatoriana.
Para evitar ese efecto, el financiamiento productivo debería ser cubierto con inversión directa, nacional y extranjera. Además de cuidar al sector externo, la inversión directa minimiza el riesgo de exposición de un país frente a incrementos de las tasas de interés internacionales. Este es un riesgo real, en el caso del sistema financiero estadounidense, por ejemplo.
En vez de contraer deuda interna, el Gobierno, en acuerdo con la sociedad ecuatoriana, debería focalizar paulatinamente los subsidios al gas y a los combustibles. Cada año, el Estado dedica cifras astronómicas para mantener un precio artificial que, como se ha dicho hasta el cansancio, favorece más a los sectores más adinerados del Ecuador. Son medidas difíciles –quién lo duda– pero indispensables para sentar las bases de una nueva economía menos expuesta a los vaivenes del crudo.