Mientras las condiciones de pobreza y exclusión sean una mancha generalizada y extendida en América Latina, difícilmente veremos erradicado el execrable fenómeno del populismo. Lo observamos día a día en las noticias en las que, pese a que dirigentes políticos están embarrados hasta el cuello en escándalos de corrupción o han conducido a sus países a convertirse en verdaderos parias del mundo, aún mantienen el respaldo de un núcleo duro que les permite continuar siendo personajes que condicionan el quehacer político de sus pueblos. Podría decirse que las dos principales economías del sur del continente están palpando esta realidad de manera penosa. Allá en tierras patagónicas, una exmandataria enriquecida por rentar habitaciones en los hoteles de su propiedad a empresas privadas constructoras de obra pública, de modo ficticio, retorna a la palestra para participar en los comicios del último trimestre del año; y, lo más probable será que alcance un escaño, que le blindará de inmunidad para responder de sus conductas al menos reñidas con la ética. En Brasil, el capo de capos que sirvió de facilitador a la mayor empresa corruptora de esta parte del mundo, cuyos escándalos han rebasado fronteras corroyendo con dinero mal habido a políticos inescrupulosos, pretende retornar al poder de manera descarada y las encuestas al momento le señalan como favorito para el triunfo.
En Venezuela, un dictador de pocas luces arremete con ferocidad contra jóvenes que protestan, cansados de vivir en un país que les privó de su futuro. Pero hordas furiosas, integradas por personas provenientes de los cordones de pobreza y adoctrinados adecuadamente a la usanza de los más acérrimos totalitarismos, actúan como fuerza de choque a favor del gobierno, para crear la imagen que es un pueblo en defensa de un gobierno que aún goza de respaldo. Todo lo contrario, nada es más impopular que el régimen apuntalado por un militarismo cuya cúpula fue cooptada a través de hacerlos partícipes de las trafasías en el poder.
No es raro ver el retorno de políticos que en su tiempo protagonizaron escándalos convertidos en ángeles salvadores que copan la atención de medios, que con la cobertura de esos hechos se convierten en parte de un juego funesto. Inexplicablemente, existen sectores de la prensa más interesados en cubrir la agenda de personajes que mientras estuvieron en el poder les increparon de la peor manera, otorgándoles una tribuna para que sigan difundiendo sus proclamas emponzoñadas.
¿Se puede construir así una verdadera cultura cívica afianzada en valores de servicio a la comunidad? Si los sectores más desposeídos son presa fácil de la demagogia y, reiteradamente, son proclives a creer en quienes los engañan, no será posible crear en el mediano plazo estados estructurados que orienten sus mejores recursos a crear bienestar. Lo más probable es que el deterioro se agudice y veamos cómo, cíclicamente, los vivarachos retomen el poder.