Sentado en el suelo, en medio de varios estantes que exhiben las portadas de libros infantiles, el niño lee solitario. Si se tratara de una escena doméstica, sería muy alentadora la imagen que ilustra un reportaje publicado por este diario el último lunes; pero se trata de una instantánea captada por un fotógrafo de prensa durante la última Feria Internacional del Libro celebrada en Quito, y entonces se convierte en una escena deprimente.
Sin embargo, la escena no es nueva entre nosotros ni puede llevarnos a ninguna sorpresa. Entre los libreros es común su pesimista apreciación sobre la escasa demanda que afecta a todos los libros, pero sobre todo a los de autores ecuatorianos. Si en materia de ciencia podría ser medianamente comprensible esa actitud indiferente del público, no lo es en materia de literatura. Hay ciertos nombres, por supuesto, que han llegado a ser familiares para los oídos de cualquier ecuatoriano, pero su conocimiento no se debe a la lectura sino a otras circunstancias. En el Ecuador no hay ciudad ni aldea que no tenga una calle, una escuela, una plaza con el nombre de Montalvo, y el de Gonzáles Suárez ha tenido una suerte parecida, aunque en menor escala. Es probable, sin embargo, que ninguno de los dos haya sido leído ni por el uno por ciento de nuestros patriotas ciudadanos. Y hay más: si los autores ecuatorianos no han encontrado eco entre los suyos, tampoco han recibido la atención de quienes tenían la misión de difundir nuestros valores, lo cual explica en parte la total ausencia de referencias a la literatura ecuatoriana en las mejores obras dedicadas al examen de la producción literaria de nuestro continente. Hace ya mucho tiempo, Alfonso Barrera Valverde me decía que publicar un libro en el Ecuador es la manera más triste de permanecer inédito.
El Ecuador no lee y las autoridades de cultura tienen en esto una deuda pendiente. Recuerdo un alto funcionario que se preciaba de “no haber perdido el tiempo” en la lectura de novelas, sin saber, el pobre, que había desperdiciado la mejor posibilidad de entender la complejidad del ser humano hasta esos fondos insondables que ninguna ciencia puede alcanzar. Que yo sepa, solo ha habido un esfuerzo privado para sostener a través de varios años un esfuerzo por difundir las letras ecuatorianas, y es la Campaña de Lectura Eugenio Espejo que ha dirigido Iván Egüez. Pero no es suficiente. Gracias a los auspicios que ha alcanzado, garantiza una circulación mensual de seis mil ejemplares de sus pequeños libros, tan ricos de contenido sin embargo. No obstante, ¿cuántos de esos libros son realmente leídos?
Y no se trata de la queja por la queja: ahora que estamos con elecciones ad portas, me pregunto por ejemplo cómo han formado sus criterios los ciudadanos que carecen de referentes intelectuales y éticos para llegar a decisiones conscientes. ¿No hay en esta realidad alguna relación con los altos índices de indecisión que registran las encuestas?