Es intolerable: 41 niños en una escuela estuvieron viviendo una pesadilla sometidos a las aberraciones de un hombre desquiciado y, ahora, aquellos periodistas que han escrito sobre el tema en una serie de crónicas y reportajes narrando los hechos ocurridos entre el 2010 y 2011, están siendo investigados. Perdimos el norte. Extraviamos los puntos cardinales y ahora, todo lo que era derecho, es revés.
“Rompe el silencio” decían las camisetas de familiares de los niños que fueron abusados por quien se decía “maestro”, el día en que colocaban la placa de la indignación en el aula de la pesadilla. Y la sociedad hace lo contrario: calla, se muestra indiferente o mira para otro costado. Esa indolencia se convierte en complicidad. A esos niños ultrajados no solo les debe disculpas el centro educativo en el que ocurrió esto pues parece que no las quiso dar con el convencimiento debido a cuenta del buen nombre de la institución. También les debe disculpas la sociedad, aquellos que no les creyeron, aquellos que fueron alertados y que no quisieron ver los ojos empañados de lágrimas y el miedo que habrán tenido esos niños al ir, cada mañana, a la escuela.
El ministerio de Educación ha pedido disculpas y ha dado una cifra: 340 profesores han sido investigados por supuestos abusos en los últimos cuatro años y el ente rector de la educación promete tomar medidas. Lo más probable es que esa cifra sea mucho mayor debido al silencio. La violencia y el abuso son pan del día. Y son cosas que se callan. De más de 500 casos denunciados, apenas 15 han llegado a alguna sentencia. ¿Alguien puede llamar a eso justicia?
Niños abusados en los colegios o en sus propios hogares no son casos aislados. Cifras de femicidios trepan por las nubes. Y, como si eso no fuera suficiente, niños drogados en las calles, consumiendo H desde los seis años, según habló hace unos días, una funcionaria de Estado. Este Diario recogió la noticia hace pocos días: “entre el 2010 y el 2017, el Instituto de Neurociencias ha atendido a 51 000 pacientes por consumo de diferentes sustancias ilegales. De esta cifra, 15 719 eran menores que tenían entre 10 a 19 años”.
La H, dicen, es una peligrosa mezcla de heroína, raticida, cemento, analgésicos y heces de animales. La venden barata: entre 25 centavos y tres dólares. En un barrio guayaquileño al que le han bautizado con el nombre de la droga, de 3 000 habitantes, 1 200 ha ido a parar a un centro de salud cercano, afectados por la H.
Niños y niñas violentados, unos, drogados otros. Con el tiempo, esos niños, que son bastantes, habrán perdido su sonrisa definitivamente. Si sobreviven, caminarán como zombis anestesiados y sin norte. Hipotecado el futuro ante la indiferencia de una sociedad que se vuelve cómplice porque llora, pero en silencio.