Las estatuas guardan historias épicas o esconden miserias. Muchas nos miran con desprecio, saben que estarán allí luego de nuestra muerte.
El relato que recreó la grandeza de un héroe pero que fue expuesto como caricatura es aquel de la estatua de Morazán.
Su lucha por la libertad de Centroamérica está en la historia de nuestra América. La estatua, que se alza en el parque central de Tegucigalpa, Honduras no corrió la misma suerte que la trascendencia del patriota.
La leyenda muchas veces cobra más potencia que la propia historia y esta vez un relato nacido de la magistral pluma de Gabriel García Marquez hizo lo suyo para solapar esa leyenda nueva por sobre los desmentidos con los que se desgañitan los historiadores. La leyenda de la estatua del valiente Morazán es digna de ser contada. En el siglo XIX una comisión especial visitó Francia para conseguir el concurso de un famoso escultor y hacer una estatua que resalte al Libertador.
Dice ese relato que los comisionados, cautivados por el glamour de París, los brocados de sus salas de fiesta y por algunas bellas damiselas gastaron en el festín buena parte del dinero que colectaron para el alto encargo. Al llegar donde el escultor casi fueron despedidos con viento fresco, pero el artista recordó que en su bodega, empolvado y cubierto de una gigantesca tela, yacía una estatua ecuestre del mariscal Ney que algún ayuntamiento le había encargado sin pagarle por la obra.
Es así como Ney, montado en un brioso corcel que no se veía por estas tierras americanas, con finas casacas y tocado con plumajes pomposos de todo un Mariscal europeo, viajó por el mar rumbo a Tegucigalpa.
Otras estatuas no han corrido mejor suerte. Los tiranos y caudillos de varios países, cuyos sistemas totalitarios se derrumbaron por las fuerzas populares o el inevitable viento de libertad, cayeron trituradas por las turbas enfurecidas. Somoza, Ceausescu y otros tantos, que escribieron buena parte de la historia mundial del siglo pasado.
En Buenos Aires el soberbio monumento de Cristóbal Colón, que miraba desde la casa Rosada al Río de la Plata, donado por el Gobierno de Italia fue retirado por la ex presidenta Cristina Fernández, ya se deterioró, ya que el mármol es sumamente sensible y se reemplazó por la luchadora indígena Juana Azurduy. Era un gesto político retador, simbólico ya que en muchas plazas de Buenos Aires, una ciudad museo de señoriales y bellos monumentos, hubiese tenido amable acogida la heroína india sin problema alguno. No, pero el tema era abofetear aquel símbolo imperial con el relato revisionista y anti imperialista arrogante y sin sentido. Pero será imposible que la estatua de Néstor Kirchner que a sus panegiristas y admiradores se les ocurrió en mala hora plantar en la sede de Unasur en Quito, viaje al país de las ruinas del Frente para la Victoria, no tendría acogida hoy. Quizá deban empaquetarla y esconderla en una gran caja fuerte, símbolo de la ambición y la codicia que caracterizó a su corrupto y populista gobierno familiar.