Me temo que el caso Assange será una pesada herencia que el gobierno que se instalará en un año reciba del actual. No percibo, por el momento, un real interés en resolverlo.
Siempre sostuve que, una vez que el gobierno permitió que Assange cruzara la puerta de la Embajada en Londres, debía darle protección, concederle asilo político y solicitar el salvoconducto al Reino Unido. En lo que no coincido es en la forma en que se actuó antes de que ingresara. En casos similares se averigua previamente la disposición que tiene el país asilante para acogerlo. Quien solicita asilo no correría el riesgo de que le den con la puerta en las narices de una embajada y creo que Assange preguntó primero.
Una vez en el recinto diplomático, Ecuador estaba en la obligación, basado en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, de conceder el asilo y demandar el salvo conducto para que pueda venir al país. Me solidarizo con Assange y con esa decisión.
No obstante, desde hace cuatro años la diplomacia ecuatoriana ha cometido una serie de errores que, al parecer, tienen bloqueado el caso. Entre esos errores está el no haber previsto los escenarios y consecuencias que se presentarían al conceder a Assange el asilo. Haber permitido al asilado que utilice su condición de tal para emitir declaraciones cuando el asilo precisamente exige guardar silencio para no interferir en su solución. Formular declaraciones de desconfianza respecto de la justicia sueca, país que tiene la llave para resolver el asunto ya que es el que lo reclama. Y, por último, no actuar, de manera discreta y efectiva, con los gobiernos involucrados para obtener que Assange declare ante la justicia sueca sobre los delitos que se le acusan tal como es su voluntad. Como prueba, actualmente, tras varias semanas de que Suecia expresara su disposición a interrogar a Assange, la Cancillería increíblemente aún “estudia la respuesta”.
Ecuador hizo lo correcto al conceder el asilo por razones humanitarias pero tengo la impresión de que no ha hecho lo suficiente para liberarlo. Ha prevalecido el errado criterio de que mantenerlo en la Embajada coloca al Ecuador como símbolo de la libertad de expresión en el mundo, a pesar de que casa adentro no lo sea. La Cancillería debe interesarse más en ayudar a ese ser humano, prisionero en la libertad de 50 metros cuadrados y sin luz solar.
Cada año, por estas fechas, el Canciller visita la Embajada en Londres para retratarse con Assange que sufre lo indecible por lograr su justa libertad. Este domingo también Long lo ha hecho.
Una curiosidad: ¿Al canciller Long le habrán solicitado los británicos cumplir con todos los requisitos que exigen a los ecuatorianos para entrar en el Reino Unido o habrá utilizado otro pasaporte?