Actualmente, la primera pregunta que se hacen dos amigos que se encuentran ya no es aquella de los viejos tiempos, cuando nos preguntábamos mutuamente por la salud, por el trabajo y la familia. No. Actualmente, la primera pregunta es: “¿Y qué te parecen, pues, las novedades?” Porque hoy vivimos del escándalo del día y de sus colas, cuyo interés nos dura hasta que aparece el nuevo escándalo, igual o peor que el anterior, porque la experiencia, como a los viejos bebedores, nos lleva a exigir cada vez más condimento.
Esa es la “pérdida de los valores éticos”, como dicen algunos, aunque yo pienso que los valores nunca se pierden: se vacían, se combinan, se transforman. Si yo recordara, por ejemplo (quizá algún día lo haga), el comportamiento de Javert, el policía incorruptible que persiguió a Jean Valjean en forma implacable por más de veinte años, mis improbables lectores no dirían, como se ha dicho desde que Víctor Hugo publicó “Los miserables” (1862), que, a pesar de todo, Javert era un hombre de honor y que tuvo un sentido de lo justo llevado hasta el paroxismo, sino que ese señor era un pendejo.
En otras palabras, no se ha perdido la necesidad de valorar las acciones humanas, sino que se han invertido las calificaciones positivas y negativas. O sea, vivimos con una ética al revés.
¿Al revés de qué? De lo que fue hasta un ayer cercano, pero durante muchos años. Y como ese “revés” nos causa desconcierto, lo más frecuente es que queramos cerrar la reflexión y concluimos: “No sé cómo será eso; lo único cierto es que ya no le creo a nadie. Toditos son iguales”. Ese “toditos” tan expresivamente nuestro, se refiere, por supuesto, a todos los personajes de la política pasada, presente y futura.
Un escepticismo radical se va extendiendo entonces por nuestro propio horizonte y a veces se extiende hasta los continentales o mundiales. Hay razón para ello, desde luego. No obstante, quisiera ensayar una manera de salir de la depresión que ello nos causa.
El escepticismo, tal como lo conocemos hoy, es efectivamente algo casi coincidente con la pérdida de confianza. Pero en sus orígenes, cuando ya la Grecia clásica había iniciado su decadencia, tuvo otro significado que yo quisiera recuperar. Skephis es un sustantivo que significa “búsqueda”; y Skettomai es el verbo derivado que significa “mirar cuidadosamente”, “vigilar”, “examinar atentamente”.
Y es ese escepticismo al que quiero adherirme (si no lo he estado ya desde hace mucho). No para ponerme a hurgar en cada escándalo que aparece, porque no es esa mi tarea, ni para clamar por castigos y condenas, sino para “mirar cuidadosamente” este país que amo y que a ratos parecería ser una nave que hace agua por todas partes, pero que, en el fondo de sí mismo, algo bueno debe tener, y no solamente la pus del que hablaba el Presidente.
O sea, buscar aquellas fuerzas morales que yacen en el trasfondo de toda sociedad, y que en la nuestra ha sido muchas veces la balsa que nos ha salvado del naufragio.