Miguel Molina Díaz (Quito, 1992), es un hombre que vive adelantado a su tiempo. Periodista, abogado, narrador y poeta, una suerte de diletante inquieto y sagaz, ejerce también de mago y contorsionista cuando desarrolla sus dos profesiones mientras escribe sin parar con esa pluma que le ata al planeta.
Su primer y nuevo poemario, y según sus palabras también el último que escribirá, se titula ‘Postales’, y llega a las manos de los lectores bajo el sello editorial Jaguar.
En ‘Postales’, Molina deja la impronta de sus años universitarios, quizás los mejores de su corta vida, según confiesa, y también de una suerte de exilio idílico que lo llevó a Barcelona para cursar estudios sobre narrativa española contemporánea y literatura comparada. La obra se divide en tres partes: Buzón Abandonado, Postales y Epílogo. En la primera de ellas, el autor evoca con palabras precisas y frases cortas, que en ocasiones resultan sentencias implacables, un universo gobernado por la soledad y el silencio, por la angustia del recuerdo que llega tarde, indefinido e impreciso, y que apela a una memoria que no siempre resulta fiel: “Nadie entre a los árboles/ toda la noche es un templo en medio de la nada. Palabras que traen silencio y mar/ cargadas de memoria. Con el sabor del fin del mundo/ destino atropellado por el viento. El muelle abierto de la vida. Mil días o una sombra salen de su escondite”.
En Postales, la segunda parte del libro, se develan los ardores y las añoranzas de ese joven que busca unir con un solo trazo dos continentes, y que a fuerza de tirar líneas anudadas con versos, consigue que su voz se escuche al otro lado, etérea como un trozo de papel epistolar a merced de los vientos.
En ‘Cartas a Luciana’, están quizás los momentos más intensos de los poemas de Molina: “el exilio/ forma de pronunciar tu nombre/ como si fueses una gota de lluvia sobre el mediterráneo/ cae lenta pero cae/ pronuncio las letras de tu nombre despacio/ para que no salgas del todo de mi boca”.
Miguel Molina es ante todo un defensor de las libertades, un demócrata convencido y un relator valiente. Así se ha mostrado en sus artículos de opinión, en sus crónicas, y sobre todo en su quehacer periodístico. Así también se dibuja a sí mismo en este poemario: rebelde, incisivo y frontal. Dice en el epílogo bajo el título ‘Moscas’: “Llegan sonámbulas y hambrientas/ en la penumbra de la noche/ o la clarividencia del día/ nos muerden la piel/ y nos chupan la sangre/ nos dejan sin esperanzas/ sin sueños o estrellas/ nos dejan envenenados/ vendidos al mejor postor/ muertos y malolientes/ en lo profundo y siniestro/ de la metáfora oscura de sus patas.”
Me pregunto, mientras leo estas líneas, ¿a quién o a quiénes describen estos versos? ¿Qué clase de insectos monstruosos son estos que transitan por sus páginas, que salen impregnados de tinta o de lodo, que han sido descubiertos, sentenciados, estigmatizados para siempre por las palabras, por la voz definitiva del poeta?