La Cueva Negra de Chobshi un cobijo para la población nómada que llegó a nuestras tierras hace 12 mil años. El Inga al Norte y Chobshi y su importante conjunto de asentamientos posteriores en el Sur, cerca al Sigsig (Azuay), son los lugares más antiguos del Ecuador detectados hasta el momento. A estos últimos, los recorrimos hace unos días. Poco, su extensión total es de 50 hectáreas. El sol brillante de una tarde despejada permitía ver la cueva manchada quizás con marcas de hollín, donde probablemente dormitaban temporalmente unas 60 personas por vez. Cerca, una quebrada desde donde acorralados y por el sistema de cacería por despeñadero, morían las presas de caza, venados, osos, el tapir o “gran bestia”. La cueva está acordelada para que no se raspe o pinte más grafitis de los que ya hay. Caminando entre la crecida maleza, se llega a la impresionante fortaleza del cacique más poderoso de la región, Duma, quien finalmente vencido hubo de entregar estos territorios para ser parte del imperio inca en expansión, el Tahuantinsuyo. Este enorme recinto de piedra construido por el siglo XV, muestra una gran parcela con cerco de piedra muy bien labrada donde estarían las casas de barro y paja de los allegados a Duma. A poca distancia el centro ceremonial de Shabalula…
En fin, un conjunto digno de una cuidadosa visita y protección. El precario museo de sitio completa el recorrido. Se entra en un pequeño lugar, digno, pero sin iluminación adecuada, ni basada en guiones museológico y museográfico que de sentido al lugar y las pocas piezas extraídas tras el intenso huaquerismo sufrido allí desde épocas coloniales. El sentido lo da el guía del lugar, un aficionado a la historia, Hernán Cabrera, metal mecánico de oficio. Llega los fines de semana y conocemos que pasa mucho tiempo gestionando fondos y atención para el sitio a las autoridades de turno. No existe mantenimiento adecuado del conjunto, ni señalización alguna, tampoco existe un plan de excavación científica, salvo los viejos trabajos de Thomas Lynch, lo más recientes recientes de Jaime Idrovo y alguno que otro más.
Qué nos dice todo este abandono de nuestro patrimonio amerindio, una larga historia invisibilizada hasta el día de hoy, o folklorizada, a pesar de la cantidad de museos de piezas precolombinas. Requerimos formar expertos, abrir un par de carreras de pregrado en arqueología, crear fondos concursables y proyectos estables de excavación e investigación del material, que permitan dar sentido a los lugares ya encontrados, fondos de inversión en mantenimiento, promoción y difusión de estos patrimonios ligados a la historia ancestral de nuestros pueblos. Dejémonos de tanto discurso. La política cultural trazada por el nuevo Ministro de Cultura debería incluir este gran renglón de nuestra historia.