Patear el caso Odebrecht

Dos actos marcan la agenda de la corrupción en el país. El primero es la afirmación del embajador de los Estados Unidos de que la justicia de ese país tiene pruebas de los sobornos a funcionarios públicos ecuatorianos en el escándalo de Odebrecht. No se refiere a declaraciones de algún detenido, rumores, indicios ni listas oficiosas, como la que se hizo pública la semana pasada. De lo que se entiende, se refiere a evidencias dentro de un proceso judicial.

Que un diplomático conozca estos pormenores judiciales es un asunto que compete a la política interna norteamericana. Lo que a nosotros nos interesa es acceder a información crucial para esclarecer uno de los mayores casos de corrupción de la historia nacional. Si el Fiscal General de la Nación y el Secretario Jurídico de la Presidencia andan tan acuciosos en develar la trama, deberían solicitar a la Embajada de los Estados Unidos que entregue dicha información. Con eso le ahorrarían al erario público tantos desplazamientos turísticos.

El segundo acto es la decisión de la empresa Odebrecht de entregarle a la justicia brasileña las claves de sus cuentas en Su
iza, donde presumiblemente se depositaban las coimas. En este caso tampoco se está hablando de pistas ni de sospechas, sino de datos puros y duros. Dicho de otro modo, de información totalmente verificable. Quienes aparezcan en esa base de datos no podrán achacarle a una conspiración internacional, a una difamación de las fuerzas de la derecha ni a las declaraciones de algún empresario descalificado la existencia de depósitos con montos y fechas. Sería como negar la partida de nacimiento.

La reacción del régimen se ha reducido a patear el problema hacia adelante, lo más lejos posible del proceso electoral. Los correístas saben que cualquier denuncia que involucre a destacados dirigentes verde-flex sería lapidaria para su campaña. La corrupción ha llegado a ser tan descomunal que, por primera vez en nuestra historia política, se ha convertido en un factor determinante para las elecciones.
Los votantes podrían pasarle la factura a Alianza País.

¿Qué sacan los correístas empujando el escándalo de Odebrecht hacia adelante? Pues nada. En el supuesto no consentido de que Moreno y Glas llegaran al gobierno, no podrían evitar el cataclismo que significa destapar una olla podrida que eventualmente les salpique. Ni en el país ni a nivel internacional. ¿Cómo gobernar con semejante lastre?

En política hay citas –como con el dentista– que no pueden postergarse de manera indefinida. En muchos casos, más vale temprano que tarde.

Una agonía demasiado prolongada únicamente incrementa los pesares.

Veamos lo que ocurre en Brasil: a la mayoría de involucrados en la red de corrupción ni siquiera les ha servido tener las riendas del poder.

Columnista invitado

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