El país se encuentra en los inicios de una nueva etapa. Atrás parecen haber quedado los días de gloria, en que el precio del crudo provocó la fantasía de que súbitamente ingresábamos a la modernidad. El aumento de ingresos, que terminó transformándose en una fiebre de gasto del Estado y de los particulares, está llegando a su fin. El precio del principal producto de exportación probablemente se ubicará en los próximos meses en un rango bastante distante del que estuvo los últimos años, con la consecuente merma de ingresos al erario. Esta situación obliga a replantearse muchos temas. Se insistió a lo largo de los años de bonanza en la necesidad de ser cautelosos para preservar la salud financiera de todo el sistema económico. Prevaleció otra visión que privilegió el gasto estatal como motor del crecimiento. Ahora, con la disminución de recursos, los actores económicos tendrán necesariamente que cambiar sus conductas, pues la vorágine vivida ya no se podrá sostener con los ingresos extraordinarios de esa lotería inesperada que, a no dudarlo, modificó las estructuras socioeconómicas en la última década.
El problema radica en que ya no se podrá contar con los mismos flujos, por lo que necesariamente deberán cambiar los comportamientos. El Estado tendrá que medir y priorizar el gasto de cada dólar que salga de sus arcas. Igual cosa debería suceder en el plano de las familias. El asunto no es fácil si no existe el cambio de actitud apropiada, si no se revisan los patrones de consumo adoptados los últimos años. Todo esto revela que es el momento de dar un viraje de timón a la ruta adoptada y actuar conforme las nuevas condiciones lo exigen.
No se logrará reponer la marcha de la economía si se sigue apretando a los particulares vía cargas impositivas, o dificultando la actividad productiva a través de normas que complican y enredan el día a día de las empresas. Puede ser políticamente muy reeditable, pero el emitir proclamas que afectan a los que ponen sus recursos a trabajar en este país, a la larga los desmotiva con el efecto negativo que aquello conlleva.
Desde lo político también deben replantearse aquellas propuestas románticas que de trecho en trecho aparecen. Solo cabría preguntarse cuál habría sido de la suerte de este país si hace más de una década no arrancaba la explotación del campo Edén-Yuturi y no se invertía en infraestructura petrolera, que ha permitido colocar en el mercado aproximadamente cien mil barriles diarios. ¿Habría habido esta expansión económica que ha transformado el mapa político-social del país? A todos, en sus niveles, nos corresponde actuar con la responsabilidad que los tiempos exigen. No vaya a ser que, en esta ocasión, por intereses políticos o simples posiciones ideológicas, se tomen rumbos que nos conduzcan por un camino del que nos cueste aún más retornar, provocando el perjuicio y la fatiga de los que más necesitan y cuya credibilidad en un sistema moderno e institucionalizado, como en tantas ocasiones se ha constatado, es inexistente.