Volvamos la mirada cien años atrás cuando las facciones conservadoras –a modo de derecho adquirido y connaturalizado- intentaban recuperar el mermado poder político de una aristocracia serrana, poder que se les escurría entre los dedos debido a las acciones y consecuencias de la Revolución Liberal. Justamente es este el momento semillero en el cual un puñado de valiosos hombres de la sociedad quiteña –Jacinto Jijón y Caamaño, Cristóbal de Gangotena, José Gabriel Navarro, entre otros- bregaron con éxito por la construcción de una identidad quiteña ligada a su relación con la “Madre patria”, la lengua, la religión y las nociones de civilidad y civilización forjadas durante los años coloniales.
Un gran ejemplo de prolongación de este espíritu hispanista fue Lola Gangotena (1914-1994), entonces codueña de la Casa Gangotena, compartida con el mencionado tío Cristóbal, historiador y gran coleccionista. Admiradora del convento de San Francisco, las acciones franciscanas y de sus habitantes, “Mama Lola”, como la llamaban sus allegados, decidió reinventar lo colonial -el arte y la arquitectura franciscanas- en el proceso de reconstrucción de la hacienda obrajera La Herrería de su marido Camilo Ponce Enríquez. Una especie de “revival” tardío. En la década de 1940 la pareja fue a vivir en este esplendoroso lugar. Esta artista educada en la Escuela de Bellas Artes de Quito, estrenó allí sus dotes como pintora copista de los motivos de las pinturas murales franciscanas y otras visualidades coloniales. Asistida por los maestros Almeida, vistió la casa decorándola obsesivamente sin plan previo; recorrió Ecuador en búsqueda de piezas del período que la gente prácticamente regalaba, armando así una singular colección que incorporó al proceso; y lo hizo durante 20 años. Por esta y otras obras fue pionera en la protección y conservación del patrimonio.
Sin embargo, sus pasos de aventurera informada fueron más allá de la restitución de la quiteñidad al vincularse a proyectos de excavación arqueológica en su propiedad de Itulcachi u otras expediciones lideradas por Max Uhle. Y también sus preocupaciones por la botánica mientras coleccionaba afanosamente orquídeas del más variado tenor. Su jardín se convirtió en otra obra de arte. Deseaba fervientemente restituir la ecuatorianidad arrebatada por los problemas con el Perú, desde una posición y acciones distintas a las que manejaban los socialistas de la época, Benjamín Carrión entre ellos.
Su mayor legado: desear que esta propiedad se abriese al público, cosa que al parecer no está lejos de hacerse realidad, como lugar de eventos y de turismo cultural. De momento, este sitio es uno de los escenarios privilegiados del modelaje que se realizó para crear el Designer Book cuya edición Quito está próxima a ser estrenada.