lroldos@elcomercio.org
Javier Ortega, Paúl Rivas y Efraín Segarra, los compañeros de El COMERCIO, son rehenes capturados por una facción de las FARC, que se excluyó del acuerdo con el gobierno de Colombia.
¿Por qué rehenes y no secuestrados o plagiados?, porque no es a ellos –o a sus familias- en singular que les demandan dinero u otra cosa “específica”, como precio de rescate, sino que es al gobierno ecuatoriano que le exigen decisiones políticas…
En tiempo del romance del correato, con las FARC, cuando éstas retenían a alguien sin pedirles rescate, los llamaban “prisioneros de guerra”. ¿Ese es el tratamiento que le están dando a los tres compañeros?.
Las FARC en Colombia y Ecuador -y antes los AVC- si secuestraban a personas, pidiendo rescate, para financiarse, cual parece fue el caso del secuestro y muerte de Nahín Isaías.
Por eso, somos nosotros, como país, los responsables del estado de cosas que ha llevado a que esa facción, residuo de las FARC, tome a periodistas como rehenes, por haber tenido un gobierno extremadamente permisivo con los grupos armados de Colombia –era una de sus novelerías- en la década del correato.
La política exterior del correato, a pretexto de ser antinorteamericana, generó alianzas implícitas, como aquella con las FARC.
John Donne (1572 1631), poeta y pensador inglés, escribió “ningún hombre es una isla, todos somos parte de un colectivo”. En su meditación llegaba a la conclusión de que lo que pase –o permitimos que pase- con otros, no nos excluye de sus causas, de lo que sucede y de los riesgos que se dan. De su pensamiento se inspiró Ernest Hemingway para su novela “Por quién doblan las campanas” publicada el año 1940, sobre la guerra civil española, por su frase “nunca preguntes por quién doblan las campanas: doblan por ti”.
El gobierno ecuatoriano debe establecer las responsabilidades de quienes privilegiaron la relación con las FARC, hasta permitir convertir la franja territorial con Colombia en área de libre circulación, facilitando así que pase a ser controlada por el narcoterrorismo, ahora dominante.
Lo anterior se sumó al no equipamiento adecuado de las Fuerzas Armadas y de la Policía Nacional, a lo que se agregó el reiterado irrespeto del presidente y sus ministros civiles a los mandos de unas y otra. Los episodios de la farsa del 30S y la manipulación –y negociado- en los pases y destinos del personal policial, fueron capítulos para degradar a la institución policial.
El gobierno de Moreno debe tener como primera prioridad la libertad –sanos y salvos- de los rehenes.
Además debe diseñar la estrategia para recuperar el ejercicio efectivo de soberanía en la franja territorial afectada por la presencia de los que tienen de rehenes a nuestros compatriotas.