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Hace pocos días, uno de los más destacados periodistas de nuestro país, excelente cultor del idioma, claro y acertado en sus juicios, nos habló de México como un país de riquezas espirituales y nítida personalidad y, así, nos lanzó de bruces hacia la meditación sobre los conceptos de “hermano mayor” y “hermano menor”, en el campo de las relaciones internacionales, y de la carga de nebulosa auto negación y hasta frustración implícita en este último.
El Ecuador ha tenido la tendencia a considerarse “hermano menor” de muchos de sus países amigos. Al evocar la fraternidad, se ha colocado en el noble plano de los afectos que ha cultivado a lo largo de su historia, tímida, abierta, sincera, desinteresadamente. Ha defendido el postulado jurídico de la igualdad entre todos los estados, sin el cual la vida de relación internacional se plantearía en el plano de la confrontación y la desconfianza, pero ha sumado a él la aceptación de una desigualdad práctica considerándose el hermano menor, es decir el débil, dependiente, el menos autorizado, obligado al respeto que se debe a los mayores, inseguro, obediente, casi sumiso. Esa actitud -complejo se le llamaría en las relaciones entre seres humanos- nos ha afectado negativamente. Hemos creído ser hermanos menores de nuestros vecinos próximos y lejanos y de muchos otros a los que, por su mayor poder, hemos concedido una suerte de mayorazgo y los derechos pertinentes.
Benjamín Carrión nos dio una lección de realismo y serena autocrítica cuando reconoció que, no siendo el Ecuador una potencia territorial, económica ni militar, debía empeñarse en ser una luz en el mundo de la cultura. El culto del espíritu y sus valores nos redimirá de las pequeñeces materiales y nos lanzará en la gran aventura de prestigiar nuestras ideas. Ejemplos nos los han dado, en Europa, Suiza, y en nuestra América, Uruguay y Costa Rica.
Dejemos, por lo tanto, de considerarnos hermanos menores. Reneguemos de esa actitud frustrante y limitante, que induce a la resignación y a la inercia. Somos hermanos de todos, ni menores ni mayores, hermanos en la esencia de humanidad que a todos nos dignifica. Y, como país, luchemos para forjar una personalidad sólida y respetable, sin desconocer y, más bien, trabajando sobre las diferencias de poder que existen y existirán siempre. Las más modernas teorías del derecho internacional defienden lo que se llama “el constructivismo”, es decir la constatación de que cada una de nuestras actitudes o ideas contribuye a la construcción de nuestra identidad como país. Por lo tanto, simplemente proclamémonos hermanos de todos y trabajemos arduamente para forjar una personalidad vigorosa, seria y respetable. Hagámonos esa nación de cultura en la que, junto con Benjamín Carrión, estamos soñando tantos ecuatorianos.