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Desde el viernes pasado, el verso más conocido –y repetido– del poema ‘The Waste Land’ de T.S. Elliot resuena, como un mantra, en mi cabeza: Abril es el mes más cruel. Como en el poema de Elliot, abril para el Ecuador vuelve a ser por segunda vez, en apenas dos años, el mes del entierro, del montón de imágenes rotas, de la tierra muerta, del grillo que no consuela, de las raíces inertes, de los pétreos desperdicios, del árbol muerto que no cobija… Pero abril no dura toda la vida. ¿Qué vamos a hacer cuando empiece mayo y estemos secos de tanto llorar? ¿Dónde nos encontrará junio, y haciendo qué? ¿Cómo llegaremos a diciembre si no hacemos algo con urgencia? Tengo dos que tres ideas para exorcizarnos del espanto y la parálisis.
La primera es una tarea para todos: gobierno y sociedad; dolorosa y odiosa (horrible tarea la de sacarse la viga del ojo), pero es inevitable. No podemos seguir en negación. La violencia que vive la frontera norte no es fruto de un problema exclusivo de Colombia. El problema también es nuestro y desde hace años. ¿O no son ecuatorianos los que proveen de combustible a las lanchas que van raudas por alta mar con sus cargamentos ilícitos? ¿O no son ecuatorianas las personas que –por las razones que fueren– prestan ayuda logística al sinnúmero de grupos delincuenciales que operan en varias zonas de frontera? ¿O no son ecuatorianos los funcionarios que durante décadas han sido negligentes con provincias como Esmeraldas o Sucumbíos? ¿O no son ecuatorianos quienes hacen y deshacen leyes para que haya escenarios laxos que permiten triquiñuelas y vacíos que han convertido a este país en una mega lavandería? ¿Sigo?
La segunda tarea es para el Gobierno, que debe dejar de dormir con el enemigo. Es urgente una fumigación –con glifosato si es preciso– que acabe con toda hierba mala y árbol torcido. Es simple instinto de conservación; si no cambia de estrategia, no va a sobrevivir a ese pozo infestado de cocodrilos que lo quiere devorar. Solo sin mañosos ni infiltrados se podrá hacer el ejercicio de transparencia que requiere esta batalla. Sin ese gesto, no habrá unidad posible con el resto de actores indispensables para salir de este cautiverio emocional y moral en el que estamos.
Por último, la tarea más difícil es para la sociedad (usted, yo, su tía, su marido): forcémonos a respetar las instituciones. Dejemos de ser como esa señora que el jueves pasado manejó media cuadra en contravía, cerca de la González Suárez, sin respetar la señal que se lo prohibía; esto ocurría a la misma hora que las fotos del equipo periodístico asesinado empezaban a circular. Corruptos en lo pequeño, corruptos en lo grande. Seamos ciudadanos, cumplamos la ley, no hagamos trampa. Solo así empezaremos a salir de este abril horrible que parece eterno y que amenaza con no irse, como una pesadilla recurrente.