Llegó el día de celebrar un año más de vida del Comandante. Del hábil combatiente que tan solo con una guerrilla, junto a organizaciones populares y campesinas, logró derrotar en 1959 a un ejército de 80 mil hombres; del estratega que detuvo en 1 961 la invasión a Cuba en Bahía de Cochinos; del antagonista que puso en 1 962 al borde de una guerra nuclear a EE.UU. y la URSS; del gobernante que a lo largo de 40 años se libró de cerca de 634 complots e intentos de asesinato.
Son 90 años de Fidel Castro. La historia del siglo XX no puede ser contada sin este influyente líder. Sin embargo, su gran proyecto, la revolución cubana, tiende a desaparecer. A convertirse en lo que realmente es: un fracaso. Una de las grandes mentiras de la historia de América Latina.
Y es que todo se hizo en torno de una sesgada construcción ideológica y de una artificial contradicción con los EE.UU. Una construcción ideológica en la que sus socios más próximos, Rusia, China y Vietnam, dejaron el socialismo hace tiempo.
¿Qué decir de los EE.UU.? Este fue el argumento para explicar todos los males y las penurias que ha tenido la isla en 57 años de revolución. Mucho más desde que se impuso el “bloqueo o embargo”. Un error estratégico de la política norteamericana. No obstante, la causa real ha sido la aplicación de un modelo económico fallido. Cuba ha vivido prácticamente de las subvenciones que en su tiempo le dio la Unión Soviética y ahora parcialmente Venezuela.
La situación crítica de Venezuela les llevó a restablecer relaciones diplomáticas con los Estados Unidos. Los dólares y la necesidad de mantener a flote el proceso fueron determinantes. Olvidarse de pronto de las consignas antiimperialistas, de los insultos a los norteamericanos, de las caricaturas que ridiculizaban a Nixon, Carter, Reagan, Clinton, Bush y Obama.
¡Decir ahora que son buenos amigos! Negar el pasado. Hacerse de la vista gorda. Ver con amargura como se iza nuevamente la bandera gringa en Cuba e incluso tener que aceptar con resignación cómo un presidente norteamericano se pasee nuevamente por las calles de La Habana.
Y es que la visita de Obama fue como un triunfo. El triunfo de un país democrático, libre y próspero por excelencia frente a un proyecto ideológico trunco.
¡Qué humillación para el Comandante! Pero la peor parte no se la lleva el nonagenario Fidel. Son los propios cubanos. Pese a los grandes avances en salud y educación, promocionados hasta el hartazgo por la maquinaria propagandística del gobierno, su población no puede desarrollarse dignamente. Los hijos de la revolución ya no confían en su líder. Prefieren abandonar la isla cuanto antes.
Aunque Fidel ha sido festejado con vítores por sus 90 años, él sabe que ese país que moldeó a su imagen y semejanza se le va de las manos. El poder absoluto se acabó. Ya no podrá influir en la historia ni en la manera que será recordado. ¿Un visionario y un gran líder? ¿O un ególatra y un tirano?