Varios análisis políticos motivados por la coyuntura, identifican y confunden a Fidel Castro con la Revolución Cubana. Esta infantil percepción es similar a sostener que la independencia de los países sudamericanos no hubiera sido posible sin Bolívar ni San Martín. Los líderes pueden ser comandantes y emblemáticos, pero son parte importante, no todo un proceso histórico que contiene muchas variables que enfundan antecedentes y se proyectan hacia el futuro.
En el caso concreto de la revolución cubana EN las primeras décadas no hubiera avanzado sin la ayuda integral de la Unión Soviética y en las siguientes fue importante la torpeza política de los gobiernos estadounidenses guiados por las estridencias del exilio dorado que se adaptó a nueva vida en Miami y otros paraísos.
Por ese motivo sorprende la declaración del nuevo régimen presidencial elegido en los EE. UU. “Si Cuba no se muestra dispuesta a ofrecer un mejor acuerdo para los cubanos, para los cubano americanos y para el pueblo estadounidense en general, liquidaré el acuerdo”. Si el mensaje es verdadero no se oculta la intención de regresar a los tiempos pasados de tumultuosas relaciones; en consecuencia, desempolvar los estridentes eslabones legislativos como la Ley Hermes Burts, la Ley Torricelli, precedida, de las fallidas enmiendas Mack (1990) y Smith(1991).
Es necesario investigar si este tumultuoso proceso que involucró a toda la geografía mundial tiene un hilo conductor con la situación actual. Se supone que deben haber evolucionado los escenarios y, por lo tanto, otros actores con distintos intereses , estrategias y asesores habrán cambiado la antigua agenda radical . El triunfo de Donald Trump y el entierro de Fidel Castro son coincidencia como sucedió con la muerte de Franklin D. Roosvelt al final de la Segunda Guerra Mundial, que no alteró la ruta hacia la victoria y el final de la espantosa contienda. Siguiendo esa experiencia, el triunfo electoral de Donald Trump y la muerte de Fidel Castro es muy difícil que acrecienten el actual desconcierto de la Unión Europea, la rígida posición rusa y la activa presencia de China. Súmese el temor mundial a los alcances del terrorismo.
Los acontecimientos son muy recientes y no hay que caer en precipitaciones apocalípticas. Es necesario esperar la posesión del nuevo mandatario, evaluar su primer equipo de gobierno y particularmente, al nuevo Secretario de Estado que será un actor, probablemente el más importante de la política mundial.
Puede ser predecible que las relaciones de EE.UU. con Cuba se enfríen y se estanquen, pero sin retroceder lo avanzado con el presidente Obama. El aislacionismo que parece ser la definición de la política exterior de Trump no incluye el intervencionismo. Stalin, Kruschev y Castro ya no están y no es posible que los extremistas logren resucitarlos .