Ciegos o mentirosos

¿Qué es lo que más me llama la atención en el actual panorama político?

Ya no lo es ciertamente el vuelco provocado por el presidente Moreno, con sus denuncias sobre la corrupción sistémica, la ineficiencia manifiesta y el autoritarismo vanidoso y persecutorio del gobierno anterior; ese giro copernicano ha ido perdiendo la novedad que tuvo en los primeros días.

No lo es siquiera la paulatina desaparición, o casi, del ex presidente, refugiado en su ático de Bruselas y limitado a divulgar sus ácidos comentarios entre sus fieles cada vez más escasos, o a comparecer a rendir sus versiones en comprometidos casos penales.

Tampoco las alianzas que se producen en la Asamblea Nacional entre fuerzas políticas antagónicas, pero que coinciden en determinados objetivos; podrá decirse que esa ha sido la práctica habitual de los partidos.

Para mí lo más impactante, y preocupante al mismo tiempo, es la continuidad en las filas oficialistas y en lo más altos niveles, de personajes que desempeñaron igualmente altas funciones en los diez años del correismo, y que, olvidados del pasado, se han unido ahora, con fervoroso entusiasmo, a las denuncias de corrupción, ineficiencia y autoritarismo.

Este contraste, este espectáculo, nos llevan a los ecuatorianos a formular unas preguntas: ¿durante esos diez años de participación exaltada, fogosa, devota, en mítines y sabatinas, tales personajes no vieron lo que ocurría en el país?
O será más bien que, ahora, en sus nuevas posiciones, ¿sus frases condenatorias solo se pronuncian de dientes para afuera; sus rasgados de vestiduras solo son una pantomima para el consumo del público que los mira, sin creer en lo que está viendo y oyendo?

Realmente no sé qué es peor, si la ceguera o la mentira.

Pero esta comprobación me lleva a otra lamentable conclusión: esta doble conducta, esta capacidad camaleónica para adoptar el color que más conviene en cada momento, del rojo al verde pasando por el amarillo para volver nuevamente al verde, esta doblez política y moral, es otra de las herencias nefastas que ha dejado el correismo y que hemos recibido sin beneficio de inventario.
Hay quienes dirán que la política siempre ha sido así; que la estirpe de políticos ambiciosos, audaces, cínicos y mentirosos, es tan antigua como la República.

Es probable, pero lo que afirmo es que nunca, como en estos tiempos, el fenómeno se ha convertido en una epidemia, alentada, sostenida y exigida desde la cumbre del poder.
Y me temo que no será fácil el combatirla y eliminarla.

Tal vez inclusive, en las altas esferas, se podrá afirmar con una dosis de maquiavelismo criollo, que es preferible contar con ello para la “buena marcha” del país.

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