Entrar a la casa de Oswaldo Viteri es como entrar en una dimensión diferente, en un mundo habitado no solo por el artista y su obra, por sus lienzos coloridos y por los que aún están limpios o a medio hacer, sino también por miles de piezas y figuras únicas, en su gran mayoría centenarias o milenarias, por muñecas de trapo, esculturas, porcelanas, libros, máscaras, jarrones, cada una singular en su especie y en su belleza, dueñas todas de un pasado y de una historia que bien podría remontarnos a los orígenes del ser humano.
En esa dimensión nos espera el maestro, cargado de años, de canas y anécdotas, siempre amable y gentil, solemne, desplazándose con lentitud entre los objeto de su pasión, deteniéndose a cada paso para mostrarnos alguna pieza particular y contarnos brevemente su historia.
Nos recibe en una sala en la que nos rodea una muestra significativa del pasado y del presente del arte. Por el gran ventanal contemplamos el noroccidente de Quito, sus lomas áridas cubiertas en gran parte por casas y construcciones modestas, el cielo celeste salpicado por nubes abombadas.
Orgulloso, Oswaldo nos enseña el último libro impreso en su honor por Trama Ediciones, una joya hecha con palabras e imágenes: “Memorias de Oswaldo Viteri”. La edición es magnífica, lujosa, y está llena de fotografías íntimas del artista y su familia, y, por supuesto, de sus obras y de muchos de los objetos que nos acompañan en la visita.
Siempre generoso, nos obsequia una carpeta con una docena de láminas de su tauromaquia, acompañada además por los versos escritos por algunas figuras del toreo dedicados al pintor: Luis Miguel Dominguín, José Ortega Cano, Jaime Ostos, Morante de la Puebla y Javier Conde.
Luego se incorpora y nos pide que lo acompañemos hasta su habitación favorita.
Subimos un piso por una escalera cuya madera se estremece en cada paso, las luces se encienden y entonces descubrimos la buhardilla amplia en la que está su taller. Allí uno no puede sino sobrecogerse con las pinturas de gran formato, los rostros de expresión viva, los autorretratos, los desnudos, los bocetos, dibujos, pinceles, paletas, pinturas usadas, un caos único y maravilloso. El refugio de Viteri es una suerte de burbuja aislada en esa otra dimensión a la que él pertenece. Allí nos habla de sus inicios, de sus épocas, de la tauromaquia que tanto le apasiona, del Quijote y sus magníficas estampas, de los desastres de las guerras que lo han obsesionado, de los personajes que han pasado por ese taller para ser retratados por el maestro, de lo que todavía le queda por crear en esas telas vacías que esperan en silencio.
Oswaldo Viteri es un pintor de época, uno de los artistas más reconocidos en la órbita de la plástica contemporánea de Iberoamérica, pero, sobre todo, es un hombre que ha sabido concentrar en el conjunto de su obra la belleza, la magnificencia, el dolor y las tragedias del ser humano durante los dos siglos por los que ha transitado.