“En vida Señor, en vida”, reza un adagio popular. Eduardo Vega recibe hace pocos días la condecoración del gobierno francés: “Caballero de las Artes y las Letras”. Diseñador, ceramista y muralista, arranca su carrera como tal en el fortuito encuentro con la cultura francesa a través de su relación con la flamante Alianza Francesa de Cuenca, allá por los años 60 del siglo XX. El mismo fue uno de los propulsores de un proyecto que se asentaba en pasto fértil. Cuenca había sido, junto con otras ciudades como Sucre (Bolivia) o Arequipa en el Perú, un lugar de recepción permanente de los ideales culturales de Francia. Su arquitectura finisecular, los pasajes relativos a las dos visitas de los geodésicos franceses o el francés como segunda lengua de los cuencanos de elite, atestiguan lo dicho.
En 1967 Vega recibe una beca de este gobierno que cambiaría su vida: estudios de cerámica en el corazón de la región artesanal de La Borne. La ciudad de Bourges, su capital, conocida por ser cuna del más grande comerciante medieval de Europa, Jacques La Coeur y por su magnífica catedral gótica, descubre ante el mundo moderno sus dotes como región alfarera. Este aspecto se ve potencializado por la actuación de la Escuela de Bellas Artes que acoge a Vega por aquellos años, años en los cuales se está gestando una de las revoluciones culturales más importantes que ha vivido la humanidad y que terminaría con los aciagos días de Mayo del 68 en París o la terrible matanza de Tlatelolco en México.
Joven aún, se encuentra con un movimiento artístico revolucionario a su manera: la necesidad de hacer cerámica moderna basada en la tradición y respeto de materiales y temas, liderado por los esposos Jean y Jacqueline Lerat. Actualmente ocupan un importante espacio en el Museo de Artes Decorativas de París y fueron en su momento condecorados con la misma presea que ahora recibe Vega. Pero este se distingue desde muy temprano por intentar hacer murales, por su fascinación con la arquitectura y la transformación de los muros. Los Lerat asisten sorprendidos a las propuestas del estudiante ecuatoriano y le animan a seguir.
A su vuelta en 1969, realizará el primer mural de cerámica instalado en el Hotel El Dorado de Cuenca. Trabaja con asistentes del pueblo alfarero de Chordeleg. Siguen comisiones cada vez más retadoras como “Los huangalas” del Hotel Continental de Guayaquil de 144 metros cuadrados, hasta la culminación de los murales del vestíbulo de la Vicepresidencia en Quito. Crea además diseños de objetos utilitarios modernos. Desde 1997, separado de la fábrica que él iniciara, Artesa, crea un taller propio con su nueva firma “E.Vega” desde donde seguirá creando los más audaces diseños. Decenas de copias y plagios a su obra dan fe del impacto que su trabajo ha tenido para Ecuador.