Michael Heise
Project Syndicate
Desde 2013, cuando Thomas Piketty publicó su tan discutido estudio de la distribución del ingreso y la riqueza, la desigualdad ha estado al frente del debate público en las economías más avanzadas. Se la culpa de todo, desde un crecimiento lento y un estancamiento de la productividad hasta el ascenso del populismo y el voto por el Brexit. Pero la desigualdad sigue estando mal definida, sus efectos son sumamente variables y sus causas están en el centro de un debate encendido.
Hasta la pregunta más básica -cuánta desigualdad es demasiada- es prácticamente imposible de responder. No existe ninguna “tasa natural de desigualdad” que caracterice a una economía en equilibrio, un nivel al que los responsables de las políticas puedan apuntar. Más bien, las tasas de desigualdad de los países se miden entre sí -una estrategia limitada que ignora todo desde las tendencias económicas más amplias hasta las diferencias en el impacto de la desigualdad de la riqueza en poblaciones en diferentes contextos sociales.
En un momento en que todos parecen quejarse de la desigualdad, la riqueza, a nivel global, está más distribuida que nunca. Solamente en los últimos 16 años, la cantidad de gente que califica para la inclusión en la clase media global -al nivel de hoy, la gente con activos financieros netos de 7.000-43.000 euros (7.400-44.600 dólares)- se ha más que duplicado, a más de 1.000 millones, o aproximadamente el 20% de la población mundial. No sólo la clase media crece. A fines del año pasado, unos 540 millones de personas el mundo podían contarse entre los ricos a nivel global, con activos netos por sobre los 42.000 euros. Eso corresponde a unas 100 millones de personas, o 25%, más que en 2000.
La clave de este progreso ha sido el éxito de las economías emergentes, especialmente China. Y, por cierto, muchos de los que se han sumado al grupo de los súper ricos no pertenecen a los países tradicionalmente “ricos”; por el contrario, EE.UU., Japón y Europa occidental hoy apenas tienen el 66% de los hogares con un alto nivel de riqueza del mundo, comparado con más del 90% en 2000.
En las economías emergentes, el porcentaje de riqueza en manos de la clase media se está incrementando, lo que indica una caída en la desigualdad de la riqueza. Es principalmente en el mundo industrializado donde la desigualdad está en alza, y donde el porcentaje de riqueza en manos del 10% más rico de la población crece más.
Esta discrepancia encuentra una explicación, en parte, en el hecho de que la crisis financiera global afectó más a los países avanzados, especialmente en Europa. Pero las políticas monetarias expansionistas que los bancos centrales de los países avanzados implementaron después de la crisis no hicieron más que agravar una situación ya de por sí mala.