Tiempos de reflexión

Al cabo de ocho años es tiempo de considerar detenidamente lo que ha pasado en el Ecuador, para establecer aquello que se ha hecho bien y lo que reclama orientación nueva o un rumbo distinto. Esto es más oportuno en un momento de inflexión económica que debe ser manejada con sapiencia y serenidad.

Hace ocho años era esperable que un Gobierno nuevo e inexperto tome decisiones sin la suficiente reflexión. Pero ahora, luego de la experiencia acumulada, debemos reclamar el acierto indispensable para conducir al país, dentro de un contexto de carencias incontrolables.

Hasta aquí el país ha progresado en lo social y en lo económico, pero en lo político el subdesarrollo persiste irremediablemente.
El disenso se ha enervado de tal manera que la confrontación sin contenidos superiores parece inevitable. Adicionalmente, las contradicciones se exacerban, pues por un lado un gobernante intemperante y por otro una oposición sin ideas alternativas están llevando a un debate pobre que conducirá a empeorar el subdesarrollo político.

El Ecuador, sin partidos políticos fuertes, está cayendo en el vacío, donde solo funciona un populismo clientelar condenado al fracaso, si no hay un desarrollo económico auténtico.

Si contáramos con organizaciones políticas maduras y sapientes, que entiendan que es importante sincerar nuestra política económica, no estaríamos en tantas dificultades, pues lo lógico sería que si hay menos dólares se desmonten paulatinamente los subsidios no focalizados a los pobres, pero esto es imposible cuando se ha impuesto el subsidio como medida usual de una política con minúsculas.

Ahora se subsidia todo, hasta a los importadores norteamericanos de flores ecuatorianas para que no pidan rebaja de precios. Pero los subsidios salen de los bolsillos de todos los ecuatorianos y llegará un momento en que no haya dinero para tanta dádiva y se hará un hueco enorme en la economía nacional, tal como sucede en la actualidad en Venezuela.

También cabe reflexionar sobre la calidad de los recursos humanos para gobernar. ¿Tiene el Gobierno los funcionarios expertos en cada materia para no redundar en improvisaciones? O se privilegia en algunos casos a la lealtad como supremo valor con prescindencia de la excelencia operativa. ¿Tiene el Gobierno gente especializada en temas tan trascendentes como el comercio exterior, el área petrolera, minera y los ámbitos nuevos de la producción moderna? Vemos cómo rotan los mismos funcionarios, creyendo que son competentes para todo, cuando en realidad muchos son reciclados sin pena ni gloria.

En política internacional la hostilidad con los Estados Unidos ha ido más allá de la defensa de la dignidad y soberanía. ¿Ha servido para algo el asilo del señor Assange, a sabiendas de que este si es un tema de alta sensibilidad para la seguridad de la potencia hegemónica?

wherrera@elcomercio.org

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