Que ciertos factores de inestabilidad política no afecten a la gobernabilidad y a la paz del Ecuador. Que luego de haber vivido enervados por 10 años de confrontación recobremos la tranquilidad para que las decisiones de gobernantes y gobernados sean sopesadas con sapiencia y serenidad. Que el gobierno logre generar confianza y sepa afrontar los problemas principales de la gente, sin ofrecer más de lo que puede dar. Que los objetivos de la sociedad se alcancen a base de esfuerzos individuales y colectivos, sin esperar subsidios, donaciones ni regalos, porque ya no hay con qué.
El Ecuador necesita cambiar culturalmente para insertarse en el mundo moderno a base de la excelencia en el cumplimiento de las responsabilidades de cada trabajador privado o público, para que el progreso sea conquistado con nuestro propio talento y sea duradero y consistente.
El combate a la corrupción que ha penetrado tanto en el interior de nuestra sociedad tiene que ser implacable con base en condenas ejemplares, sin temores ni favores, para extirparla por siempre.
Cabe esperar que las élites de nuestra sociedad en los ámbitos público y privado abandonen la actitud meramente doméstica, interiorizada tanto que soslaya la visión globalizadora que está omnipresente en el mundo de hoy.
Ya no pensemos como si el Ecuador viviera en autarquía sino comprendamos también los intereses de todos los países de la comunidad internacional. Seamos dignos y negociemos tratados económicos con obligaciones y derechos recíprocos, para que el embajador de EE.UU. no nos dicte lo que debemos hacer a cambio de prorrogar unas pocas preferencias comerciales.
Luego de 10 años de autoritarismo enervante no cabe esperar blandenguería sino ejercicio firme de una autoridad respetuosa, que tome decisiones transparentes y debidamente explicadas a la población, para que el gobierno sea obedecido en base a su credibilidad. Quienes piensen distinto deben procesar sus discrepancias en función del bien común que está por sobre los intereses de los grupos de presión.
Cabe esperar que la conducción económica sea pragmática y equilibrada, sin predominio neoliberal ni de una tendencia que profundice un populismo insostenible, porque los extremos siempre afectan a la vida de los ciudadanos, que desean empleo adecuado más que regalos. Actuar con equilibrio implica aplicar lo mejor del capitalismo y lo mejor del socialismo, para encontrar solidariamente una síntesis a fin de que estos años de transición política sienten las bases para un Ecuador respetado, serio, honesto, que a la vez se sustraiga de la dependencia petrolera. Sé que todo esto puede resultar ingenuo porque no somos ángeles, pero hay que insistir en acciones de progreso para todos, sin exclusiones, pero también a base del esfuerzo de todos. Este el tamaño de la tarea que el Ecuador entero tiene ante sí.