La eterna pregunta es por qué se comete tantos errores en el diseño de la política económica. Para responderla siempre habrá tres opciones: desconocimiento, ideología o una mezcla de ambas cosas.
Es relativamente fácil demostrar que el impuesto a la plusvalía es un desacierto, porque al desincentivar la compra y venta de inmuebles, se está desincentivando una actividad económica importantísima como la construcción, actividad que crea una enorme cantidad de empleo para personas de bajo nivel educativo que tienen pocas probabilidades de trabajar en otro lado.
Adicionalmente se coloca tributos a una de las pocas opciones de inversión que puede tener una familia ecuatoriana promedio que no puede, o no quiere, tener una empresa propia o invertir en acciones. La compra de un inmueble siempre ha sido una buena manera de guardar algo de riqueza para el futuro o de dejarlo a la siguiente generación.
Parece innecesario decir que gravar algo relacionado con inversión, equivale a incentivar el consumo. En otras palabras, se está diciendo: “no ahorre, mejor consuma”, algo que en un país como el Ecuador, donde se invierte tan poco, es una pésima idea.
Para complicar la cosa, es un impuesto muy complejo de calcular, por los innumerables factores que pueden incidir en la variación del precio de un inmueble (tema que se profundizará más adelante). Ese cálculo se presta para subjetividades y hasta para arbitrariedades; puede ser una manera de repartir castigos o de distribuir premios por parte de la autoridad que lo aplique.
O sea, es una mala idea, pero el gobierno insistió en implementarla. ¿Por qué?
Hace poco el SRI publicó el ensayo “El valor, la plusvalía y la especulación” en el que trata de justificar el proyecto de ley. El documento busca enumerar qué factores determinan el valor de un inmueble y, obviamente, uno (ese factor oscuro y perverso que lo aumenta) es “la especulación”. Otro factor es el “valor de adquisición” pero, cosa divertida, no se considera la posibilidad de que en ese “valor de adquisición” haya habido un componente especulativo.
Y aquí regresa la eterna pregunta sobre si es desconocimiento, ideología o las dos cosas. Porque el mencionado ensayo ignora la existencia de “la demanda”, sí, ignora a esa, una de las dos fuerzas centrales que se enfrentan en cualquier mercado y que definen el precio de un bien. Se ignora que detrás de la demanda están las características de los potenciales compradores: gustos, preferencias, ingresos, expectativas, alternativas de inversión, costos de endeudarse para adquirirlo, etc.
¿Ignorancia o ideología? Difícil saberlo porque, al mismo tiempo, el mismo título del ensayo y su contenido, con palabras como ‘plusvalor’, traen a la mente los manuales de economía política marxista. Juzgue usted.