Nuevamente, evoco la plegaria de Píndaro (518 a 438 a.C.): ‘¡Oh alma mía, no aspires a la vida inmortal, pero agota el campo de lo posible!’… Y como la palabra profunda no agota su sentido, George Steiner celebra aún el ‘primer escándalo triunfal proclamado por el poeta griego’: «Cuando la ciudad que celebro haya muerto, cuando los hombres a quienes canto se hayan desvanecido en el olvido, mis palabras perdurarán».
Es ‘escandalosa’ la fe de quien, sin aspirar a la inmortalidad, intuyó que sus palabras permanecerían y que durante siglos, los seres humanos se apropiarían de ellas para expresar sus tornadizos sentimientos. ‘Agotar el campo de lo posible’ es vivir a plenitud el momento, vivirlo poética, creativamente, en la búsqueda y el descubrimiento sucesivos de la verdad y la belleza. Los hombres a quienes Píndaro cantaba han sido olvidados, mas persisten sus palabras… Su vida duró ochenta años, ¡tan pocos!, y sus palabras, milenios: ¿qué significado tiene su perdurable exhortación, ahora y aquí? ¿Qué enuncia para hoy, la voluntad de ‘agotar el campo de lo posible’?
‘No hay tiempo, no tengo, no tenemos tiempo’, repetimos como cansado lugar común cotidiano. Si hablamos de vida intelectual, de lentitud y reconocimiento; si de detenimiento y de silencio, lo hacemos atribuyéndolos a los otros, raramente, a nosotros mismos; si lamentamos la dispersión, la fuga, el apartamiento y la desviación, igualmente. ¿Qué entendemos por ‘estar ocupados’? ¿Estar fuera, buscando pretextos para el apartamiento y la disolución? Entre lo que hacemos ¿cuánto perdurará, aunque solo fuese para los que amamos? Cuando llamamos a la concentración, ¿hablamos de una necesidad que todos entendamos y aceptemos, de algo que quepa en el ansia de prisas de la tecnología, o sentimos, al oírlo, el anuncio de un gris aburrimiento, el pavor al silencio, mientras surge del fondo de nosotros un sonoro reproche contra la ‘lentitud’?
Leer, si ha podido leer hasta aquí, es detenerse; apartarse del ruido de fuera y del de dentro; aspirar a captar el mensaje del texto y reelaborarlo, para comprenderlo; entrar en un libro, mundo de palabras escritas, no es un acto banal ni debe ser fortuito; si elegimos la lectura ¡y la escritura! como formas de elegirnos a nosotros mismos, nos reconstruimos, nos reconstituimos; urge, por tanto, saber qué leer; ¿elegir el libro por su actualidad, por su novedad? ¿Repetir antiguas lecturas? Leer, ese “acto silencioso y solitario” según Steiner, exige apartarnos del ruido y entrar en un mundo habitado por palabras. Importa que estas sean profundas. Nada más.
Siendo nosotros, los seres humanos, los más ‘altos’ en la naturaleza, recordemos la exclamación de Montesquieu: ‘La naturaleza obra siempre con lentitud y por decirlo así, con economía’; no busquemos pasar sin darnos cuenta, sino percibiendo a nuestro paso, el dulce azar de alguna, aunque mínima, permanencia.
scordero@elcomercio.org