Cuando Sancho va a gobernar la ínsula Barataria, don Quijote le advierte: “del conocerte, Sancho, saldrá el no hincharte como la rana que quiso igualarse con el buey”, contra la ambición de la rana fabulosa que, queriendo igualarse al buey, absorbió aire sin respiro hasta que reventó. Si en cada uno madura la ansiedad de la rana por llegar al tamaño del buey, busquemos conocernos a nosotros mismos y aceptar nuestros límites, sabiendo que cualquier ambición que exija sobrepasarlos nos hará reventar, y no es metáfora: ¡ay las quinientas reventazones sabatinas, que la tv apenas podía soportar!
Ante el anuncio del gobierno, Sancho escribe a su mujer, Teresa Panza: ‘De aquí a pocos días me partiré al gobierno, adonde voy con grandísimo deseo de hacer dinero, porque me han dicho que todos los gobernadores nuevos van con ese mismo deseo”… Sancho es sincero; el deseo parco de tener no ha de avergonzarnos. Un gobernador honrado recibe un sueldo que, bien trabajado, no lastima. Pero si los ex entraron a gobernarnos con ganas de un salario poco habitual, haber salido de la gubernatura con miles de millones robados, hundido el pueblo en el desempleo y la pobreza, muestra la hinchazón repugnante que ya les va haciendo reventar: ‘revolucionarios’, izquierdosos, anticapitalistas, anti-neoliberales, hoy son sapos hinchados con nuestro dinero, hasta la explosión.
“Y sin embargo, me ha dado gran pena que me dicen que si una vez le pruebo, que me tengo de comer las manos tras el gobierno’, se asusta Sancho. Saber que, terminado el gobierno, la rana anhela eternizarse en él, angustia al hombre honrado; ¡pobre muestra la de nuestro sapo, en su indigente baño de popularidad!
Sancho, como ningún otro gobernador en el mundo, sale ‘sin blanca’ del gobierno de la ínsula; confuso y sufrido por la batalla previa contra enemigos inventados para asustarle, vuelve a la paz de los caminos que le llevan a su hogar; alguien le recuerda que ‘está obligado, antes que se ausente, de dar primero residencia’, es decir, de ‘dar cuentas de la actuación en su cargo público’, a lo que Sancho responde que solo se lo puede pedir el duque, su señor porque, bien advertido por don Quijote y por su propia sabiduría y prudencia popular, sabe que quien le dio el poder tiene derecho a pedirle balances y razones: ‘yo voy a verme con él y a él se las daré de molde, cuanto más que saliendo yo desnudo como salgo, no es menester otra señal para dar a entender que he gobernado como un ángel’.
Nuestro batracio inflado ¿rendirá cuentas al pueblo que le eligió, de sus diez años de desafueros; de los vuelos a Bielorrusia, con el avión ‘vacío’; de los sobreprecios; de la inmensa deuda; del robo al IESS; de lo no empezado y no acabado? ¿Rendirán cuentas los demás ranas y ranos como él?
Advierte Sancho: ‘cuanto más que saliendo yo desnudo como salgo, no es menester otra señal’. Nuestro pueblo, ¡pobre Sancho empobrecido!, necesita señales: Que la justicia le obligue a volver.