Lo había leído ya, y hoy lo leo nuevamente entre los ‘aforismos’ de Jorge Wagensberg, físico y profesor, en la Universidad de Barcelona, de ‘Teoría de los procesos irreversibles’: ‘Para crear, agítese antes de usar: agítense las ideas, agítense los métodos, agítense los lenguajes’… Procesos irreversibles, los de la naturaleza, pero ¿cómo el mismo físico aconseja el ‘movimiento perpetuo’ (como titula uno de sus bellos libros de cuentos y aforismos, el genial hondureño-guatemalteco Augusto Monterroso, él, que por agitarse, nació en Honduras, se educó en Guatemala, fue secretario de Neruda en Chile y murió en México) cómo puede creer ¡y enseñar! –me refiero a Wagensberg- la teoría de lo irreversible, y aconsejar, a la vez, la agitación para crear? ¿Cómo se siente en tamaña contradicción? ¿Le asustará la muerte irreversible o su agitación previa, la vida?
Me agito, sorbo y soplo a la vez, o lo intento, y compruebo que agitarse no es cuestión de cuatro saltos ni de físicas novelerías, ni que es como agitar un frasco: sacudo la botella, se sacude el líquido, se sirve en la cucharita… En la ‘creación’ el agitarse es constante ir y venir tras cada palabra, tras signo de puntuación: borra y va de nuevo idea tras idea, siempre sin resultado satisfactorio. La agitación consiste en seguir y seguir en un pertinaz no saber. No llegará el instante en que alguien pueda decir que fue convenientemente agitado, aunque podrá decir que se ha agitado convenientemente cuando, cansado de tanto movimiento, tenga que parar, sea cual fuera el resultado.
Exijámoslo a los políticos: ¡agiten sus prejuicios, su agarrarse al poder, su miedo a la pérdida, su ansia de permanencia; su buen o mal carácter, sus conciencias, sus sueños! Agiten las mentiras de los y las chupamedias que les rodean, aduladores y aduladoras, ¡que bien, aquí y ahora, el femenino!, su sometido servilismo, no sea que, de tanto no agitarse y querer permanecer a como dé lugar, no acabemos por tomarlos como ejemplo de procesos irreversibles y la agitación de la vida se encargue de ellos… Que se lo digan las moscas, que, siempre agitadas, crean y recrean un itinerario inagotable. A ellas, Monterroso dedica esta genial intuición: “hay tres temas: el amor, la muerte y las moscas”. Y, como todo hay que preverlo, ¡después solo quedan las moscas!
Veámoslas desde el lado irreversible de la gran poesía de Antonio Machado: “Vosotras, las familiares, / inevitables golosas, / vosotras, moscas vulgares, me evocáis todas las cosas”. […] // Y en la aborrecida escuela, / raudas moscas divertidas, / perseguidas por amor de lo que vuela, / —que todo es volar—sonoras // rebotando en los cristales / en los días otoñales… // Moscas de todas las horas, / de infancia y adolescencia / de mi juventud dorada / de esa segunda inocencia /que da en no creer en nada […] // Inevitables golosas, / que ni labráis como abejas, ni brilláis cual mariposas; / pequeñitas, revoltosas, / vosotras, amigas viejas, / me evocáis todas las cosas”.