El dolor, las lágrimas, el espanto y la ira que atosigaron a Colombia en la década de los 80, atormentan ahora a poblaciones del norte de nuestro país. La experimentada disidente narco guerrilla se enseñorea oronda ante una debilitada respuesta bélica. Ha atacado reiteradamente, ha herido y matado a nuestros soldados con saña e inusitada violencia.
¿Cómo repercute en esta triste realidad el protervo afán del Gobierno anterior de mermar, en cumplimiento de uno de los mandatos del Foro de Sao Paulo, a nuestras Fuerzas Armadas, distraer a altos oficiales de marina de sus fines específicos y responsabilizarles maliciosamente del manejo de instituciones petroleras, disminuir soldados y cuarteles, con el pretexto de no necesitarlos pues ha concluido el conflicto fronterizo del sur; enfrentar a la tropa con la oficialidad, terminar con la jerarquía y la disciplina castrense, denigrar el orgullo militar al incluir en sus funciones labores complementarias policiales y ambientalistas, terminar con muchas promociones de altos mandos hasta llegar a aquellos que los consideraban afines a su doctrina?
Múltiples situaciones oprobiosas complementaron estos intentos de desacreditar a las Fueras Armadas: la cuestionada adquisición de costosos e inservibles radares chinos, de los siete helicópteros de la India, en una gestión manchada con la sangre de un distinguido general y de los pilotos que se accidentaron con esas naves de pésima calidad.
Los mendrugos que disfrazados de aviones Kafir donó el presidente Chávez y los
10 000 fusiles que fueron sorpresivamente obsequiados por China, con desconocimiento total de las autoridades militares y que aparentemente constituyeron más chatarra, son fieles ejemplos de la posición de mendicidad en que colocaron al país los irresponsables gobernantes.
Desmilitarizaron el Consejo de Seguridad y lo reemplazaron con la Senain. Adquirieron sofisticados equipos y vigilaron…no a la frontera, ni a las bases guerrilleras,…espiaron a dirigentes políticos, a estudiantes y campesinos, interceptaron teléfonos y conversaciones, fueron brillantes, excepcionales en estas pesquisas caseras e inofensivas; pero no advirtieron el enorme peligro que se incubaba en la frontera norte con guerrilleros disidentes que no aceptan los acuerdos de paz en Colombia, que están muy bien armados y con gran experiencia en este tipo de combates en defensa de sus intereses multimillonarios del tráfico masivo e internacional de drogas.
Los perjuicios de la década pasada nos sitúan como la parte débil en esta lucha desigual. Los muertos y heridos son nuestros. Es indispensable restituir la fuerza operativa, de seguridad y la dignidad a nuestras FF.AA., para que vuelvan a escribir otras gloriosas epopeyas como ya lo hicieron cuando la Patria los honró como hijos dignos y heroicos.