En el primer artículo que publiqué aquí, pocos días después del 30-S, comparaba la provocación histérica de Rafael Correa, que culminó con varios muertos, con la actitud desquiciada del presidente Velasco Ibarra cuando, en 1955 y al mando de un grupo de soldados de la guardia presidencial, fue a aplacar en persona una huelga del colegio Montalvo. Como era de esperarse, los estudiantes le recibieron con una lluvia de piedras, los soldados dispararon y cayó muerto el alumno Isidro Guerrero, hijo de un humilde empleado del Ministerio de Defensa.
Pero, a diferencia del Gobierno correísta que montó una inmensa campaña de propaganda y persecución judicial para distorsionar los hechos y convertir al principal responsable en héroe y víctima al mismo tiempo, en 1955 los partidos opuestos al velasquismo, la FEUE y la ciudadanía en general acusaron del crimen a Velasco y expresaron un masivo rechazo en las calles y el Congreso Nacional.
El paralelismo no termina allí pues tuvo Velasco Ibarra, en ese período, un ministro de Gobierno muy hábil, autoritario y miembro de la aristocracia terrateniente, Camilo Ponce, quien, para lanzarse a la presidencia sin asomar como un curuchupa de tuerca y tornillo, había fundado el Movimiento Social Cristiano. El presidente Velasco y la Iglesia lo apoyaron con fervor: los curas desde el púlpito y el presidente recorriendo el país en campaña contra el candidato liberal y el Frente Democrático. Su lema era: “¡O el Frente me tritura a mí o yo trituro al Frente!”. En realidad, todo el aparato estatal fue puesto al servicio del candidato oficial y hubo acusaciones documentadas de fraude electoral por lo cerrado de la votación.
Pero cuando Camilo Ponce asumió el poder y descubrió la calamitosa situación de las finanzas públicas, declaró que no había sido nombrado presidente “sino síndico de una quiebra” y rompió con su benefactor, quien respondió con una andanada de ofensas, tildándole de arrogante, astuto e ingrato. Casada la pelea, el oficialismo impulsó en el Congreso la acusación contra el expresidente por la muerte de Isidro Guerrero. Sin pensarlo dos veces, Velasco, que estaba exiliado en Montevideo, emprendió el retorno para defenderse, pero al llegar a Lima se enteró de que el Congreso, amilanado, había archivado el juicio. No obstante continuó viaje a Quito, donde permaneció unos días instigando a la oposición.
La diferencia hoy es que Correa sin el poder es un hombre calculador, temeroso del rechazo popular, que solo vendría escoltado a defender la permanencia de la reelección indefinida y a socavar al Gobierno. Si sus adversarios desean enfrentarlo con la justicia, podrían empezar el lunes mismo a recopilar documentos y firmas para sendos juicios por los muertos en el ataque al hospital de la Policía y por la responsabilidad de Correa en el manejo de los sectores estratégicos. Eso le pondría rápidamente en un vuelo de retorno a Bruselas.