La normalización de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba es, a no dudarlo, el hecho internacional más importante de los últimos años. Con este, podríamos decir, concluyó formalmente la Guerra Fría en el hemisferio occidental. La decisión marcará el recuerdo que los latinoamericanos tendremos del presidente Obama. Con esta noticia, igualmente, la OEA recibe un soplo de vida. El reingreso pleno de Cuba al sistema interamericano será inminente y todos sus estándares y normas deberán adaptarse a la nueva situación.
Pero el impacto mayor se lo vivirá en Cuba y en América Latina. No estoy tan seguro de que a Cuba le esperen transformaciones de fondo. Más allá de sus consecuencias materiales, el embargo fue un acicate ideológico muy poderoso que permitió al Régimen castrista ocultar muchos de sus problemas y miserias.
Mientras los estadounidenses pensaban que sus sanciones económicas crearían condiciones para el descontento popular, los cubanos edificaron sobre las mismas un gigantesco edificio ideológico de lealtad al grupo en el poder. Ahora se piensa que la apertura cubana producirá incentivos para la democratización o provocará una repentina implosión del Régimen. Acabado el pretexto, el Gobierno de la isla deberá responder ante sus ciudadanos por sus falencias, sin tener a nadie a quien echar la culpa. Salvando las diferencias de tamaño, economía y geografía, aquello no ha ocurrido con China, país que ha logrado la convivencia de un modelo de apertura económica con un sistema político autoritario y cerrado. Lo mismo podría ocurrir con Cuba.
Y vale recordar que los cubanos siempre se han mostrado mucho más sagaces que los estadounidenses en su relación bilateral. Por ello, el acercamiento de Cuba con Estados Unidos, bien pudiera alimentar la sobrevivencia de su Régimen. Apertura internacional y democratización van de la mano solo cuando se juntan varias circunstancias. Con la decisión adoptada ganan Obama y Raúl Castro, pero habrá que esperar para saber qué pasa con la democracia y las libertades de los cubanos.
Lo que sí es más claro es que Estados Unidos se ha reposicionado frente a América Latina. Se abre una gran oportunidad para Maduro, en momentos en que la economía venezolana se descalabra.
Es previsible que Estados Unidos y Venezuela abran también un compás de mejoramiento de su relación bilateral, en un momento en que el Régimen bolivariano lo necesita desesperadamente para no colapsar. Los gobiernos de izquierda de la región, igualmente, han visto fortalecida su posición y pueden adjudicarse un triunfo. Pero es la izquierda latinoamericana, en general, la que ha logrado una gran victoria al plasmarse una de sus más sentidas reivindicaciones: el fin del embargo estadounidense a Cuba.
Así, esta decisión, que no necesariamente democratizará a la sociedad cubana ni mejorará el saldo global de política exterior de Obama, sí cambiará el marco de relaciones entre Estados Unidos y América Latina, el mismo que, dejando definitivamente un esquema caduco de la guerra fría, ha pasado a una nueva etapa.