A partir de esta semana inaugurarán las páginas editoriales de los periódicos grandes páginas de variedades. Las últimas novedades literarias, el blues y el rock, la política de moderación en Irán, las escuchas en los EE.UU., el estancamiento en la crisis europea o las cátedras en los conceptos abstractos de democracia y justicia. Puedo seguir enumerando una serie de temas que sin carecer de importancia en sí mismos, responderán a un mal venenoso que ensombrece a cualquier sociedad que viva en este siglo y que se llama autocensura. Hay que reconocerlo, todos lo hemos empezado a hacer, parece que el poder cerró el círculo y nos dejó indefensos, amordazados y temerosos.
Desde ahora privilegiaremos lo inocuo, proliferarán los silencios, se hará cada vez más frecuente hablar en el lenguaje de lo políticamente correcto para no mosquear a nadie, para que el poder ni pestañee, para pasar completamente desapercibidos, para escribir columnas de opinión transparentes que pasen sin complicación ni traba por el tamiz de los grandes hermanos instituidos para verificar grandilocuentemente si hay alguna referencia descontextualizada, no verificada y comprobada, un adjetivo demás, una palabra que suene disonante, o una interpretación de los hechos que tenga ese tufo -en el que se han entrenado bien en detectar- llamado a traición a la patria (patria: dícese de la única versión de la realidad producida en los megaestudios cinematográficos del emporio Secom s. XXI).
No esperen por tanto críticas lúcidas y afiladas, como le corresponden a las páginas editoriales de cualquier periódico en el mundo. No busquen contrapuntos a los designios del poder, ni siquiera críticas constructivas a las políticas públicas establecidas y en marcha. Acá -creo yo- el mensaje caló profundo y este se trata de amedrentar y castigar, para que la verdad oficial reine a sus anchas, para que si es que hay corruptos lo sean a capa y espada y con desparpajo. Para que ninguno sea “linchado mediáticamente”, pobrecito, no vaya a correr la suerte de don Pedro Delgado, linchado mediáticamente en Ecuador, y cómodo residente de la Florida, paraíso de ángeles caídos de la revolución.
Esta semana mi columna se viste de negro. Me pregunto a momentos qué sentido tiene continuar con esta tarea cuando esto corre el riesgo de convertirse en un ejercicio intrascendente que no corresponde a la razón de ser de un espacio como este. Un trabajo de crítica dura y constructiva que hoy va camino de ser una amorfa gelatina que irónicamente se vuelve OCP: ortodoxa (según el credo revolucionario), conservadora (que nadie ose decir algo que suene diferente o liberal) y prudente (que todo plazca al poder del turno de hoy y mañana y pasado y traspasado y así…).