He visto la frágil imagen de Isabelita Robalino y he escuchado su débil voz. Fragilidad y debilidad se entrecruzan y devienen en fortaleza. No la fortaleza que nace del poder, capaz de coronar de gloria a una mujer en vísperas de cumplir un siglo, sino la fortaleza que nace de dentro, de un alma grande, delicada y creyente, amante del bien.
Viendo al grupo de los acusados, condenados y perdonados me gustaría recordarles que a Jesús de Nazaret también lo acusaron de no tener buenas compañías. En una sociedad como la nuestra, donde la mayor ofensa es cuestionar obras inconclusas, sobreprecios y corruptelas, las imprudencias se pagan caras. Y cuando esas imprudencias tienen aroma de honestidad, el pago suele ser incomprensión, juicio y condena.
¡Qué maravilla que en la penúltima vuelta de la vida encuentren determinación, agallas, tiempo y valor para ser ustedes mismos! En esta oportunidad, su fuerza no está en las palabras ni en los silencios, sino en sus personas, en su lucha y su coherencia, en esa generosidad cívica y ética, un canto de esperanza.
La frágil figura de Isabelita nos recuerda que no son suficiente campañas, elecciones, conteos rápidos y lentos. Es necesario diferenciar lo que ayuda a construir país y lo que sólo son tentativas superficiales, sin fundamento, del cambio por el cambio. Gobierne quien gobierne, si no hay ética ni dignidad, si no somos capaces de escuchar la débil voz de una anciana llena de sabiduría, provocadora y desafiante, la autoridad se irá vaciando, porque la autoridad la tiene no sólo el que ejerce el poder, sino el que es primero en dar la alerta de forma honrada y auténtica.
Hoy, nuestra patria necesita ese humilde situarse ante la realidad de la vida, fielmente comprometidos con la gente sencilla y vulnerable. Esa ha sido tu lucha y tu historia, Isabel, durante una vida larga e intensa, rodeada de amigos, libros y proyectos solidarios. El poder, secuestrado por su propio orgullo, se permite darte una penúltima lección (siempre habrá un último intento de poner las cosas en su sitio).
¿Será este el tono que nos espera tras haber escuchado por enésima vez promesas de paz, de apertura al diálogo, de tolerancia?
Personalmente creo que la Comisión Cívica Anticorrupción hizo en su día lo que tenía que hacer. No es casualidad que sean seis los procesos penales interpuestos en su contra. Por eso, desde este pequeño espacio de opinión quiero solidarizarme con Isabelita Robalino y con sus demás compañeros. Una sociedad democrática necesita comisiones, sindicatos, observatorios e instituciones intermedias, veraces y subsidiarias, que velen por el ejercicio del derecho, del bien común y de las libertades.
Ojalá que los muchos años de coherente sabiduría de Isabelita y de sus buenos compañeros entren a formar parte de la vida de la República. Sólo queda decir sencillamente: “Dios les pague”.