Resulta difícil, tal como se están poniendo las cosas, mantener la confianza, como aquella virtud capaz de generar ánimo, aliento y esperanza. Dicen los analistas que el modelo político y económico de esta sociedad, que se pretende modernizar a golpe de decreto, se está agotando, fruto de un deterioro que viene de atrás… Lo cierto es que, en estos años, la letra y la música de la Constitución han ido por un lado y la realidad (conflictiva y compleja) por otro.
No juzgo las intenciones, pero no creo que un país pueda modernizarse de forma acelerada con base en un fuerte y único liderazgo. Guste o no, los ecuatorianos hoy somos mejores consumidores que revolucionarios y los modernos capitalistas (los que están dentro del poder y los que giran en torno a él) siguen acumulando riqueza como en los viejos tiempos, tan denostados. Hoy, como ayer, se puede luchar contra la pobreza por afán de equidad y de justicia o, simplemente, para ampliar la clientela.
Con frecuencia, los árboles no nos dejan ver el bosque. El problema no está en la confrontación, con sus penosos episodios de violencia, sino en lo que nos estamos jugando de cara al futuro: el modelo de sociedad, dicen que moderno, pero profundamente estatista y acrítico con el nuevo capitalismo. Ahorita, que la coyuntura económica se degrada más rápido de lo que parece, hay que pactar con los antiguos demonios, buscar nuevos acreedores, endeudarse hasta las cejas y golpear las puertas de la empresa privada.
Todos nos interrogamos y repetimos lo que parece evidente: ¿Es posible que el motor de la economía de un país sea la inversión pública? ¿Resistiremos ante la bajada del petróleo y la creciente apreciación del dólar? ¿Soportaremos la presión fiscal y el endeudamiento interno y externo? ¿La exasperación de la derecha y la reacción del Gobierno, la indignación y el descontento de indígenas y campesinos, movimientos sociales y gremios, consentirán que el país sobreviva a la crisis? ¿Tiene sentido, en un contexto tan amenazante y confrontativo, hablar de reelección indefinida? ¿Hay lugar para la confianza?
Bueno sería que Gobierno y oposición buscaran una buena mediación y que los sordos dialogaran sin exclusiones. En este contexto, la diatriba del Sr. Mera contra monseñor Arregui no es más que otra pedrada desesperada que en nada ayuda a sembrar paz. El papa Francisco ya había puesto el dedo en la llaga…
Lo que hoy se cuestiona no es la legitimidad del Gobierno ni el derecho de la oposición a expresarse, sino la ausencia de una visión de conjunto más democrática e incluyente, respetuosa de la persona, de la tolerancia, de la expresión, de la interculturalidad, de la ecología, de la diferencia… Eso es lo que hay que cuestionar y promover, redefiniendo el sentido de una modernidad que parece reducir el sentido del “buen vivir” al estar bien acomodado, alimentado y entretenido.