Parto de otra autocrítica. Todos hemos tenido en la vida algún tipo de resentimiento. Eso es normal desde niños, pero pasajero. Sin embargo, a unos pasa y a otros se les queda toda la vida pese a que lograron éxitos en lo material, pero en lo espiritual viven frustrados por los traumas que tuvieron y que no pudieron superar. Eso les lleva a destilar odio, intolerancia, intransigencia, mal genio, indignación, rabia, no soportan nada que no sea de su único agrado, sufridores de por vida aunque endosen eso al resto, al menos cuando alguien se atreve solo a observar y discrepar con su pensamiento.
Una reconocida sicóloga educativa chilena, Pilar Sordo -a quien he tenido el gusto de conocerla, escucharla y conversar, entrevistarla y leerla en varios de sus libros- en uno de ellos habla sobre el dolor y el sufrimiento y hace la diferencia. Dolor, que es normal en una persona, por ejemplo cuando hemos perdido a un ser querido, pero sufrimiento cuando no pasa nunca y se vive siempre con eso.
Hay quienes lograron éxitos materiales en su vida: títulos de cuarto nivel, que no es ninguna garantía para ser una persona racional y humana; bienestar económico, entre lo poco que tuvieron, lo que alcanzaron luego, de lo que se conoce y no es nada malo si es fruto de un trabajo lícito, y lo que presuntamente han acumulado bienes fuera del país o en paraísos fiscales, pero no gozan de estabilidad e inteligencia emocional ni felicidad. Sufren por dentro y explotan por fuera con el que disiente. Se dicen cristianos y atropellan los mandamientos. Involucionaron cuatro siglos atrás y asumieron el papel del Rey de Francia Luis XIV, que decía que el Estado era solo él, pero eso ocurrió en una época de la dinastía absoluta. No había democracia formal y participativa, con la necesaria división de los poderes.
Han propiciado la confrontación y la división en las familias, propias y extrañas, con mal ejemplo para las nuevas generaciones. ¿Creerán los jóvenes que son normales estos comportamientos impropios de quienes están en la escena pública? Separar entre buenos, los seguidores ciegos, y malos que han tenido la valentía de sacudirse y reivindicar sus derechos, consagrados desde la Carta Universal de los DD.HH., firmada en 1948, y tantos otros establecidos en la Constitución, pisoteada permanentemente. Han tenido la valentía de reflexionar y no acatar lo que para ellos no está con su conciencia. Hablan de igualdad, pero solo para los propios, cuando han profundizado las desigualdades de clases. Esto pasa por lo cultural y no habrá una transformación institucional si primero no hay un cambio personal. Podrán viajar miles de kilómetros y establecerse donde quieran, pero persistirán los resentimientos sociales y no podrán vivir en paz y en calma que da el estado llano y de humildad en todos los actos de la existencia aunque se reciba insultos.