La destrucción que hiciera el autoritario que gobernara diez años y que tanto daño irrogara al país se refleja en otro campo muy sensible: la defensa nacional. Se evidencia hoy en momentos cruciales cuando la frontera norte se volvió más caliente. Esto obliga a la definición urgente de una política de Estado, que siempre debió haber, en defensa de la soberanía e integridad territorial, con un fuerte liderazgo, que no solo implica las tareas de las FF.AA. Son fundamentales pero no las únicas.
No se trata solo de anunciar que ya existen doce mil militares en la frontera, que se han entregado unos escasos recursos frente a las inmensas necesidades. Se trata de armonizar esta política, con planes claros, con el involucramiento de todos los sectores y la población y la construcción de una unidad nacional, que se lograra con éxito en la guerra con el Perú en el alto Cenepa en 1995.
Si bien fue una guerra abierta, con un enemigo identificado, allí hubo un fuerte liderazgo especialmente en lo militar, en contraste con la actualidad, luego del inmenso daño que hiciera el correísmo al debilitar a la institución y a la cabeza del mando. Esto debiera ser revisado con urgencia y responsabilidad.
Hoy se cosecha el abandono por muchos años de la frontera y también la falta de control del gobierno colombiano en su territorio. La presencia de sus fuerzas militares son esporádicas, en contraste con la ubicación de puestos ecuatorianos, que a momentos han constituido blanco de ataques de grupos irregulares armados y vinculados a diversas organizaciones.
El secuestro de periodistas de EL COMERCIO, que mereció la solidaridad y el repudio general, también debe dejar lecciones para entender lo grave del problema. El trabajo del periodismo debe seguir ejerciéndose con libertad y planes propios, pero con extremos cuidados y las debidas coordinaciones, no solo porque se vive en estado de excepción sino porque en un escenario de éstos las circunstancias obliga y son muy diferentes a las normales. La vida corre riesgo y hay que revisar las experiencias en otros países, que siempre son muy ilustrativas.
En Colombia, en la época dura de las FARC y de la acción de los extraditables, a la cabeza Pablo Escobar, el ejercicio del periodismo pasó factura en múltiples ocasiones. Tuve la oportunidad de seguir de cerca al menos dos casos: el secuestro del jefe de información del diario El Tiempo de Bogotá, que estuvo en cautiverio durante varios meses y felizmente retornó con vida. Sin embargo, la búsqueda de entrevistas de una reconocida periodista de la revista Semana, hija de un ex presidente, terminó en secuestro y muerte, precisamente en parte por su negligencia, pese a las recomendaciones en contrario que desde diversos sectores, incluso en su familia, le formularan en forma reiterada.