No creo en la sinceridad de Rafael Correa porque es inimaginable la sinceridad de quien no escatima oportunidad ni ahorra energía para vilipendiar a sus opositores el mismo momento en que les formula una invitación al diálogo y al debate.
¿Cómo pensar que es sincero quien por la mañana da un discurso lleno de odio, prepotencia y menosprecio y por la noche repite casi literalmente lo mismo pero con voz azucarada y esforzándose por lucir sereno y comprensivo? ¿Cómo fiarse en quien envía una carta a la Asamblea anunciando que retira temporalmente dos proyectos para debatirlos si en el mismo texto tilda de “grupúsculos” a quienes se han opuesto a ellos? ¿Cómo confiar en quien ofrece abrir un “gran debate nacional” cuando pocas semanas antes había ensalzado al ejercicio de la confrontación desde el poder durante el Informe a la Nación?
Resulta muy difícil pensar que Rafael Correa pueda ser franco si aparece la noche del lunes hablando en tono amelcochado sobre la necesidad de crear un “ambiente de paz, regocijo y reflexión” para la visita papal pero que de antemano deslegitima a sus críticos diciendo que va a “desmontar” sus “mentiras”.
Es imposible pensar, por muy buena voluntad que uno invierta, que es auténtico quien sostiene que anhela un debate donde “no haya infamias”, en la misma alocución en la cual afirma, como si fuera cierto, que quienes se han opuesto a sus proyectos de ley han dicho que los “pobres son pobres porque son tontos”. Resulta imposible hallar al menos una pizca de autenticidad en quien hace un llamado al diálogo cuando tilda de “falsarios” a quienes se supone van a discutir con él los proyectos; y que utilice la extraña y sospechosa figura del “retiro temporal” para suspender el tratamiento de los proyectos, que se supone quiere someterlos a un mayor debate.
Por todo esto, yo no puedo creer que Correa sea sincero. Cómo no puedo creer que sea sincero cuando sostiene que para la gente de la revolución ciudadana la verdadera herencia que se deja a los hijos no son los “ceros de una cuenta bancaria”, como sostuvo el lunes, cuando él dijo, en junio del 2011, luego de ganarle en un juicio USD 600 mil a un banco y respondiendo a la pregunta sobre qué haría con el dinero dijo que “mi principal deber es darle seguridad económica a mi familia”. ¿Cómo creer en la sinceridad de quien habla despectivamente de los “hijos de la oligarquía” para referirse a quienes protegen su heredad o descalifica a quienes han sacado su capital del país cuando él envió al menos USD 300 000 a Bélgica para un departamento?
Por todo esto, me resulta, muy por el contrario, muy fácil y lógico sospechar y temer que su aparición el lunes fue un acto desesperado y agónico por salvar una visita papal que, si llegara a fallar, tendría traumáticas consecuencias para el único proyecto político que tiene a estas alturas: aferrarse al poder.
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