Los seres humanos tendemos a tomar nuestros deseos por hechos, sobre todo cuando nos obnubila el poder. En estos días he ratificado que a varios sectores políticos no les interesa hablar de la corrupción, porque consideran que es un tema que no rinde.
Me explico. Detrás de la conclusión no se esconde ninguna reflexión como aquella que nos inculcaban nuestros padres en el sentido de que, al final del camino, el crimen no paga. No. Simplemente se trata de que la corrupción pública no resulta importante para el votante. Ergo, no tiene efecto sobre los sospechosos y, sobre todo, no rinde políticamente.
Según la teoría, el asunto preocupa a una mínima parte de la población. ¿Por qué ocuparse de él, entonces, cuando hay otros temas que sí aparecen en las primeras líneas de los sondeos, como el empleo, la economía y la seguridad? Se pueden ensayar varias explicaciones. Una es que la corrupción parece no preocupar cuando hay bonanza.
Como para desmentir la teoría, ahí están procesos demoledores como el de Brasil, donde las denuncias salieron -y siguen saliendo- a flote, pese a involucrar a todo el sistema político. O el de Argentina, donde la gran maquinaria del poder terminó atorándose con los fardos de billetes. ¿Y qué decir de Guatemala, solo para mencionar algunos países de la región?
En el país la lógica es distinta, y quizás a eso se deba que legisladores hoy convertidos en candidatos vicepresidenciales no hayan actualizado sus denuncias, o prefieran inventar diálogos sobre el deber ser de la investigación periodística, en vez de exigir documentos y aportar a la fiscalización.
Salvo excepciones, en el país no hay tradición de fiscalización, hoy más difícil por la configuración legislativa. Y pocas denuncias contra los gobiernos de turno se concretaron cuando el denunciante llegó al poder. No debiera extrañar que el establecimiento se conforme con la idea de que el caso Petroecuador está por cerrarse.
Más bien hay disputa de protagonismo, sobre la autoría de la denuncia y la investigación, entre Ejecutivo, Legislatura y Fiscalía. El titular de esta última escribió la madrugada del viernes: “En operativo liderado por Fiscalía se detuvo a quien sería el ‘cabecilla’ de la red de corrupción, caso Petroecuador”. Un mal llamado diario público reiteró el discurso.
Pero nos están pidiendo demasiado: debemos creer que la cabeza de la ‘red’ manejó (de lo que hasta ahora se sabe) menos dinero que un subalterno como Álex Bravo, a juzgar por las cifras obtenidas tras la investigación que forzó la publicación de los Papeles de Panamá.
Muy conveniente. Pocos presos, muchos prófugos. El Fiscal se apresuró a darnos consuelo al recordar que la huida no garantiza impunidad. ‘De ser declarados culpables tendrán que vivir ausentes y escondidos de por vida, lo cual constituye una grave pena’. Pero, para más pena de quienes están confortables, el caso no se cierra.