No cambiamos. Los prefectos no tuvieron ningún empacho en complicar el ya de por sí insufrible tránsito de Quito y repitieron la temible llegada de decenas de buses y de miles de manifestantes desde todo el país, cuando es obvio que disponen de otros medios para hacer escuchar su previsible posición frente a la propuesta de ser elegidos solo por los votantes de los sectores rurales.
Si hay alcaldes y si hay gobierno central, es hora de debatir sin miedos sobre las funciones y la representatividad político-administrativa de esta autoridad intermedia. Ya se lo ha hecho antes y hay modelos regionales y mundiales que funcionan bien, pero nuestra originalidad radica precisamente en oponernos a los cambios o, en su defecto, ser unos renovadores a rabiar. ¿Por qué quedarnos en medias tintas?
Pero vamos a lo de fondo, pues lo que pasa en la ciudad pareciera no interesarle mucho a nadie: esta semana hemos visto a un gobierno raspando la olla -contratación de créditos más caros para tapar los baches del endeudamiento agresivo heredado- y a unos gremios molestos por unas medidas parche cuya prioridad es cubrir las necesidades fiscales y mantener la dolarización.
Es obvio que falta un plan económico integral que señale hacia dónde se quiere llevar al Ecuador en el mediano y el largo plazos, y que una fórmula que pueda ser aceptada hoy por consenso nacional tras la fantasía de la ‘década ganada’ no está -como afirma el presidente Lenín Moreno quizás para salir del paso- en las bitácoras de trabajo que le heredó el gobierno de Rafael Correa como parte de la ‘mesa servida’.
Sigamos con las obviedades: Moreno no puede, por ahora, más que tapar baches hasta no resolver, al menos en parte, el intríngulis político-institucional con una consulta popular que deberá esperar hasta el 2018. Es cierto que creó grandes expectativas sobre el diálogo empresarial, pero los dirigentes saben bien que el capital político construido en poco tiempo por el Presidente es tan cuantioso como frágil.
Moreno nació de AP y enfrenta una batalla interna por su decisión de distanciarse de Correa.
Está metido en una lucha que puede ganar o perder, pero la verdad es que se ha jugado al derribar varios íconos intocables de la supuesta revolución y ha abierto espacios de respeto, de tolerancia y de transparencia. Todo eso tiene su precio, y si bien no hay que girarle un cheque en blanco, hay que entender los límites en los que se mueve.
La última obviedad: la elite económica y política no puede exigir visiones de largo plazo y consensuadas y, al mismo tiempo, seguir siendo parte de la conveniente ciclotimia nacional: o la absoluta inestabilidad política o el absoluto sometimiento a los caudillos; o la crisis económica con libertades o la bonanza sin libertades. Hay una zona intermedia que no hemos querido ni hemos podido conquistar como sociedad.