Nuestro pueblo es bueno, pero no pusilánime. Salió a las calles a pedir a quienes tienen el deber sagrado de protegerlo –sus gobernantes- con la consigna de ‘Nos faltan tres’, y los tres, en ese tiempo que escuece el alma cuando la esperanza es precaria, eran sometidos a vejámenes, preludio de sus asesinatos por narco criminales. Conjura contra la delincuencia organizada que se ha raigalizado en nuestra urdimbre social. Mientras mujeres y hombres de todas las edades portaban flores o pancartas y que repetían como ritornelo emergido de sus oquedades más sensibles ‘Nos faltan tres’, una turbamulta asalariada por quienes saquearon el país en la década extraviada, vociferaban: ‘Nos falta uno’, aludiendo a un ex vicepresidente encarcelado.
¿‘Nos falta uno’, recluso por actos delincuenciales o faltaban tres que encarnaron la dignidad y el trabajo? Fueron tres: un periodista, un fotógrafo y un chofer; los tres símbolos de honestidad y valor (sus hojas de vida avalan el aserto). ‘El teatro tiene dos carátulas –dice Paul de Saint-Victor-: tragedia y comedia’, sustancias de la vida. Mientras el pueblo reclamaba por ‘tres’ desmembrados de sus entrañas, otros se solazaban en el infortunio del actual mandatario vociferando un desquiciado ‘insulto’ en medio de bailoteos y risotadas. Tragedia y comedia en un amasijo roñoso y patético fue la concentración a favor del autócrata que disolvió el país en la década extraviada, culpable de alentar el ingreso de crápulas de cuello blanco y bandadas que sembraron y comerciaron droga. Sórdido escudo de la cáfila de envilecidos por el dinero. Apología de un cabecilla de mujeres y hombres con patente de corso. Denostación de la discapacidad física del actual Presidente, devenida de un acto delictivo sobrellevado con ejemplaridad. (Conozco sus valores desde los setenta del siglo veinte: digo mi verdad).
¿Quiénes eran los dirigentes de la movilización a favor de los tres secuestrados por una horda de criminales?: el pueblo. No había dádivas ni viandas, solo esa ternura risueña que se nombra solidaridad. Conscientes o no, mujeres y hombres de todas las edades tenían la certeza de que compartir el dolor de los familiares encadenados era hacerlo suyo.
Los otros, un grupúsculo de trepadores que se encaramaron en el poder y embutieron al país en sus faltriqueras al amparo del autócrata. Las infamias deben escribirse en el aire. Esta se desvaneció al instante. Queda el dolor inexpresable de familiares y amigos de los tres cuyos cuerpos inertes aún vuelven.
No nos falta ‘uno’, aquel es un convicto que debe devolver los dineros afanados en un entramado de embustes, nos seguirán faltando tres ecuatorianos que se inmolaron por cumplir con su deber. Y los deberes no se impetran, solo sirven para ser cumplidos. Los tres fueron más allá, honraron a su país y a la especie humana ofrendando sus vidas.