El horizonte político

El significado gramatical que tiene el nominativo horizonte, indica que es la “línea aparente que separa a la tierra del cielo”; y, para ilustrar la vivencia ecuatoriana, serían las alturas en que está colocado el poder absoluto del correísmo para encontrar densos nubarrones que le obstaculizan visualizar a la creciente oposición. Esta corriente, el 19 de marzo 2015, ocupó las calles de Quito, en un ir y venir de gente comunicándose oralmente, o mejor aún, identificada por la necesidad de concluir un ciclo ya muy largo de ocho años, y al cual faltan todavía dos más, para que por fin, permitan al pueblo expresarse en votos presidenciales.

Mientras transcurre este tiempo, seguiremos soportando la información de obras físicas que se concluyen, los monólogos sabatinos, y el reciclamiento de personas en la frondosa cúpula del Gobierno. Todo apunta para ocultar la violación del inciso 2º del art. 144 de la Constitución, que dice: “La Presidenta o Presidente de la República permanecerá cuatro años en sus funciones y podrá ser reelecto por una sola vez”, y este hecho ya ha sucedido. ¿Por qué se trata de una directa violación? La respuesta es contundente, porque el único camino legal es otra Asamblea Constituyente para que discuta y apruebe este cambio esencial situado en el nivel de la estructura del Estado. Y algo más explícito, cuando un movimiento social pide que le entreguen formularios para recoger firmas de los ciudadanos para que se pronuncien sobre una nefasta “reelección indefinida”, tanto la Corte Constitucional como el Consejo Nacional Electoral la dificultan, cerrando el camino democrático para que se realice una consulta popular. Estas resoluciones confirman, una vez más, la sumisión que tienen al poder presidencial, ante el inminente riesgo de un pronunciamiento adverso cercano al 82%, según sondeos de la opinión pública.

Esa consulta popular se hace imposible porque la Corte Constitucional abrió el camino para que la Asamblea Nacional recorriera el país con un paquetito de “enmiendas” acorde a las necesidades presidenciales de ejercer un poder vitalicio. Mientras esto acontece, en medio de la crisis económica más grande en 10 años, las urnas están cerradas y bien seguras y se abrirán solamente el 2017, después de un forzado tiempo de tres años de silencio electoral para que se convoque a elecciones presidenciales, mientras quien lo ejerce desde el 2007 tiene la enorme ventaja de hacer campaña abierta para su reelección vitalicia, disminuyendo posibilidades a criterios contrarios cada vez crecientes en dura lucha cuesta arriba.

Aquella línea imaginaria que tiene el horizonte político obnubila el pensar con los pies en la tierra, y de imaginaria se ha hecho existencial, mientras continúa siendo únicamente declarativa la palabra presidencial, porque sus actos de poder se quedan en pomposos enunciados que alcanzan el nivel de descubrimientos de ineficacia, nepotismo y/o corrupción, yallí se estancan; porque nunca concluyen con un Decreto de cese para los personajes que ocupan esos sitios críticos del poder.

mortiz@elcomercio.org

Suplementos digitales