El año que arranca, quiéranlo o no, marcará un punto de inflexión. Terminarán diez años caracterizados por un estilo de refriega permanente, agresivo, disociador. Un período en el que la propaganda oficial pretendió convencernos del inicio de una nueva época para terminar confirmando que no eran sino más de lo mismo, y con peores limitaciones o mañas de los que decían combatir. Una década en que todo estuvo a disposición para construir y perennizar un modelo político con pretensiones de absorber todo cuanto estuviese a su alcance. Casi lo logran ayudados por una bonanza exógena que ocultó su ineficiencia e incapacidad para imprimir un nuevo rumbo, que apenas los tiempos de abundancia se agotaron las lacras se evidenciaron en toda su magnitud. Será una vuelta al inicio, con algo más de infraestructura, precaria herencia de una gestión mal dirigida, que en todo caso tornaba imposible que recursos cercanos a los USD 300 mil millones que administraron, no dejasen alguna obra física. Pero los problemas siguen intactos: falta empleo y oportunidades, contados emprendimientos significativos, una base productiva con poca innovación que coloca los mismos productos sin mayor valor agregado en los mercados foráneos. Todo en un marco institucional arrasado en el que los agentes económicos se esfuerzan por mantener las fuentes de empleo.
Pero no se puede continuar en la misma inercia. A partir de mayo el país contará con una distinta correlación de fuerzas en el área legislativa. Aquello obligará a que cualquiera de los candidatos a la primera magistratura que resulte ganador, se esfuerce por tejer alianzas que permitan un cierto grado de gobernabilidad para los próximos cuatro años. Difícil considerar que algún grupo político alcance el número de diputados que le otorgue, por si solo, una hegemonía absoluta en la Asamblea. Necesariamente las descalificaciones a los rivales deberán morigerarse.
Además, el binomio ganador tendrá que negociar las formas para salir del atolladero. Hacia lo interno para neutralizar posibles refriegas si se opta por medidas tradicionales de ajuste; y, en el exterior, para conseguir condiciones que alivien las duras condiciones de endeudamiento. Todo ello sin permitir que se pierda de vista a los verdaderos responsables de una gestión totalmente equivocada, que ha desembocado en una situación inviable que exige correcciones de manera urgente.
Dependiendo quién sea el ganador, quedará la tarea de construir un verdadero estado de derecho, con garantía de libertades plenas, independencia de las funciones, en el que las autoridades de control velen por el bien público y que no confundan su tarea con la de apuntalar ningún proyecto. Así mismo habrá que tener especial cuidado en devolver a instituciones prestigiosas sus roles protagónicos y afianzar su profesionalismo. ¿Podremos considerar que lo peor ya pasó? ¿se podrá reconstruir la cordialidad entre ecuatorianos?